(Tercera Entrega)
De la heterodesignación a la autorrepresentación
Epistemológicamente el acceso de las mujeres a la categoría de sujeto, a la autorrepresentación ha sido posible después de que éstas emprendieran un importante proceso de deconstrucción de su imagen especular. Esto no quiere significar que no haya habido previamente mujeres que se negaran a ser el objeto que refleja la imagen esperada por el sujeto masculino, mujeres que mantuvieron una postura resistente o disidente con los modelos establecidos de masculinidad y feminidad, que actuaron –en terminología del V. Woolf o I. Zabala- como excéntricas o extrañas, que se rebelaron contra las definiciones de género de su época, que se posicionaron como sujetos y buscaron sentido a su ser mujer en posiciones críticas al sistema, en saberes alternativos o marginales. Esta postura de disidencia se incrementó enormemente en los últimos tiempos a partir de la labor de cuestionamiento sistemático, del sistema patriarcal, llevada a cabo por el feminismo, o mejor los feminismos, en alianza con diferentes corrientes hermenéuticas, críticas y con el método deconstructivo derrideano.
La lógica derrideana de reconocimiento de la alteridad ha sido aprovechada por el feminismo para criticar la concepción hegemónica y asimétrica de los sexos. No se trata de invertir la asimetría tradicional de forma que ahora lo otro, lo femenino, ocupe el primer término, puesto que ello significaría simplemente continuar hablando desde el mismo sistema que se critica sino de hablar desde dentro y fuera del sistema, desde dentro y fuera de la ideología patriarcal para señalar los puntos ciegos de su lógica, sus contradicciones y paradojas. Se trata más bien de subvertir que de invertir la lógica maniquea que privilegia siempre una parte sobre otra. Esta subversión se viene realizando desde la década de los setenta del siglo XX mediante la impugnación de un sistema legal y de una organización simbólica y política que excluye a las mujeres.
En nuestros días, sin olvidar la importante tarea de reivindicar la incorporación de las mujeres al ámbito público y la desaparición de todos aquellos handicaps que las excluyen, marginan o discriminan, muchas feministas consideran que es muy importante no sólo conseguir determinadas condiciones materiales para las mujeres sino que es preciso que éstas sean capaces de producir orden simbólico, es decir, que no se queden sólo a nivel crítico, reactivo o deconstructivo sino que aboguen por la creación de nuevas configuraciones de la identidad femenina. Para ello se considera imprescindible un cambio de mentalidad, una revolución cultural, un cambio de orden simbólico que permita la conceptualización de nociones de subjetividad alternativas al modelo cartesiano.
La tarea de reconstrucción de la identidad femenina es emprendida por varias filósofas feministas, quienes plantearon la necesidad de recodificar y renombrar al sujeto femenino ya no como otro sujeto soberano, jerárquico y excluyente, no como uno “sino más bien como una entidad que se divide una y otra vez en un arco iris de posibilidades aún no codificadas”12. Procedieron a construir una nueva subjetividad femenina, a resignificar el sujeto femenino, teniendo en cuenta que el término “mujer” no tiene un único significado, que las mujeres no son una realidad monolítica sino que dependen de múltiples experiencias y de múltiples variables que se superponen como la clase, la raza, la preferencia sexual, el estilo de vida etc. Por este motivo a la hora de reinventarse a sí mismas y de presentar nociones de subjetividad alternativas no recurren a conceptos como ser, sustancia, sujeto etc. sino a categorías conceptuales como fluidez, multiplicidad, intercorporalidad, nomadismo etc., es decir, conceptos que parten de una visión comprensiva de los binomios espíritu/naturaleza, mente/cuerpo, sujeto/objeto etc. y que favorecen una definición del sujeto como múltiple, transfronterizo, relacional, interconectado y de final abierto.
En cualquier caso este proceso de reconstrucción de la subjetividad femenina se planteó como una tarea incipiente y ardua, a la que se le presentaron numerosas resistencias. Para vencer esas resistencias y para difundir un concepto de individuo que concilie las características que el género ha separado y jerarquizado es muy importante la educación, pero una educación no androcéntrica, una educación que resignifique los modelos y valores con los que la cultura occidental ha construido lo femenino con el fin de que las mujeres dejen de ser concebidas como jerárquicamente inferiores. Para ello es indispensable que la educación, hoy denominada coeducación, no se limite a impartir y difundir mediante el currículum explícito y el currículum oculto unos valores aparentemente neutrales pero que siguen siendo androcéndricos y limitadores a la hora de configurar la identidad personal. Es necesario que la educación fomente una cultura del mestizaje, integrada por valores y referentes asociados a la masculinidad y a la feminidad, en la que los comportamientos, conductas y formas de relacionarse femeninas se valoren como una manifestación de la diferencia y no de la desigualdad.
La apuesta depende de la respuesta que se dé a los siguientes interrogantes: Hombres y mujeres ¿somos iguales? ¿somos diferentes? ¿en qué, por qué, para qué somos diferentes? Las respuestas a esas preguntas difieren epistemológicamente, filosóficamente y políticamente por parte de los tres grandes paradigmas existentes actualmente en la teoría feminista -el feminismo igualitarista, feminismo postmoderno y postestructuralista- por lo que sus propuestas educativas son también diferentes.
Género en disputa
Género en disputa es la traducción al castellano del libro de Judith Butler, Gender Trouble. Una de las posturas implica que la categoría de género es como una ficción unitaria y excluyente que bajo la pretensión de universalidad, imparcialidad e igualdad y sólo representa a las mujeres heterosexuales, blancas y de clase media de los países occidentales. Pero las mujeres negras, lesbianas o las mujeres que reivindican el valor de contextos culturales específicos comienzan a plantear que las mujeres no son un grupo homogéneo, que son diversas entre sí y que esa diversidad marca diferencias sustantivas tanto en la teoría como en la práctica. Por otra parte el feminismo cultural, heredero del feminismo radical, enfatiza la identidad específica de las mujeres frente a la de los varones y, por último, el feminismo postmoderno o postestructuralista propone una concepción de la persona no vinculada a unas características o propiedades universales sino más ligada a un contexto, a una cultura, a una situación social concreta.
El punto de partida de estos debates es la “teoría sexo/género” por lo que comenzaremos exponiendo sus presupuestos filosóficos y epistemológicos para presentar, a continuación, las contestaciones o cuestionamientos de dicha teoría.
_____________________________
12 Braidotti, R., Sujetos nómades. Paidós, Barcelona, 2000, p. 175.
No hay comentarios:
Publicar un comentario