(Fragmento de “Masculinidades no dominantes: Una Etnografía de Gaydar” de Francisca Luengo)
… Para poder entender la existencia de masculinidades hegemónicas, situadas en tiempos y lugares determinados, que ponderan ciertas competencias y características asociadas a lo “masculino” es necesario partir de la conceptualización de la norma hétero que propone al binario complementario hombre/mujer como única posibilidad.
La heteronormatividad, desde la perspectiva de autoras como Wittig, se funda en la heterosexualidad: la relación social obligatoria entre “hombre” y “mujer” como categorías universales y universalizantes, que determina que todo lo que se aleje de este binario es socialmente inconcebible. (Wittig, 1978:5) Butler afirma que la heterosexualidad es un discurso restrictivo de género que insiste de forma permanente en el binario del hombre y la mujer “como la forma exclusiva de entender el campo del género… que naturaliza el caso hegemónico y reduce la posibilidad de pensar en su alteración”. (Butler, 2006:70) Desde esta perspectiva teórica, la heteronormatividad genera la ilusión de que la existencia de identidades sexuales y de género estables.
Este sistema es una construcción social que varía de una cultura a otra y su análisis debe considerar lo que la autora define como el elemento histórico y moral en la herencia cultural de las formas de masculinidad y feminidad, que se inscriben en la heterosexualidad obligatoria.
El sistema binario: hombre-mujer crea universales y propone la idea de identidades fijas, opciones únicas, que tienen su sustento en el sistema sexo/género: “el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en producto de la actividad humana transformada”. (Rubin, 1997: 41- 42). Esta autora plantea a la heterosexualidad como un régimen político:
“La heterosexualidad, más que ser un tipo de deseo, se constituye en un régimen político, lo que cada sociedad denomina como sexual, permite o prohíbe, se obtiene culturalmente, se modifica y practica, siendo un producto social, y es necesario entender las relaciones de producción del sexo, la organización social de la sexualidad y la reproducción de las convenciones de sexo y género” (Rubin, 1997: 27). La normativa hétero encuentra su fuerza en la definición de “lo masculino” y de lo “femenino” como complementario, pero su pilar es la masculinidad que se construye como superioridad en medio de una tradición patriarcal. La masculinidad es leída como punto de partida de las lógicas de género, como completitud e incluso como privilegio.
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