jueves, 15 de septiembre de 2011

Sexo y Sociedad Civil

Por Javier Sáez

Si usted al ir a rellenar un impreso para Hacienda encontrara una casilla con la pregunta "Color de pelo", ¿se extrañaría? Si es así, puede seguir leyendo.

Hay una casilla similar en todos los impresos y documentos cuya pertinencia nadie plantea; es la que le pregunta el sexo. ¿Para qué necesita un registro civil saber nuestro sexo? ¿Nos va a desgravar más Hacienda si somos mujeres? ¿Es la matrícula más barata en la Universidad por ser hombre? En realidad esta pregunta persigue la segregación sexual.

Si a usted le preguntaran para hacerse el DNI el color de su piel, se mosquearía, seguro (sobre todo si no es blanco). Sin embargo contestamos tan tranquilos si somos hombres o mujeres. Ni siquiera se permite la posibilidad de "no sabe; no contesta", que en realidad sería la más razonable. ¿En base a qué criterio se puede justificar la pertinencia de esa pregunta a la hora de formar parte de la sociedad civil?

Se supone que las leyes son iguales para todos. Precisamente el tener que declarar el sexo permite mantener todas las desigualdades sexistas que se dan en la actualidad: la imposibilidad de que personas del mismo sexo puedan casarse, disfrutar de pensiones de viudedad, ventajas fiscales y herencias; la marginación que sufren las mujeres en el mercado laboral (es sabido que muchas empresas no contratan a mujeres) y en otros ámbitos; las barreras legales a la hora de querer cambiar de nombre (de masculino a femenino y al revés), etc. La obligatoriedad de declarar el sexo genera multitud de desventajas y pérdidas de derechos civiles, y por otra parte no queda nunca justificada por parte del Estado.

Esta obligación legal se puede contemplar como una más de las estrategias del dispositivo de sexualidad que descubre Foucault en su Historia de la sexualidad (I. La voluntad de saber). Se establece una relación de poder/saber en la que unas instituciones preguntan sistemáticamente por el sexo, y unos interrogados deben contestar, decir la verdad de su sexo. Lo último en tecnología del sujeto: sexualidad digital, la mejor definición (sexual); la más alta fidelidad (al poder): hombre o mujer, no hay más opciones, y hay que responder. Cuando llenamos esta casilla binaria volvemos a reproducir el esquema de la confesión.

Lo más curioso de todo esto es que la sociedad civil, las leyes, las instituciones, el derecho, los procedimientos judiciales, todo lo que tiene que ver con el estatuto del ciudadano seguiría funcionando sin el menor problema aunque desapareciera el registro legal del sexo, y además se evitaría cualquier tipo de segregación sexual.

Quizá algunos empresarios lamentarán íntimamente que su mejor informático, Pedro, lleve tacones, y algún juez se llevará una rabieta cuando, en el registro matrimonial, no pueda preguntar lo de "¿Sexo?". Pero si hasta Sudáfrica cambia sus leyes, ¿por qué no hacerlo nosotros?

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