(Fragmento de “La lucha por la liberación gay y lesbiana” de Marçal Solé y Paso Gredilla)
Algunos de los que reconocen que el ambiente gay no aporta liberación de ningún tipo, decepcionados, no quieren saber nada de él. Ya sea de forma irónica o por desesperación, han llegado a pedir el cierre de los lugares de ambiente. Exageraciones aparte, se han dado cuenta de hasta qué punto el ambiente comercial gay está impregnado por los valores del mercado. Pero el impacto de las relaciones capitalistas no termina con el intento de las grandes compañías multinacionales de apoderarse del mercado gay. El propio mercado da forma a lo que se supone que significa ser gay.
La llamada economía rosa se utiliza para definir el supuesto estilo de vida gay. La comercialización de la "identidad gay" ha alcanzado muchos aspectos diferentes de la vida de la gente. Esto no es algo exclusivo de la lucha por los derechos gays. Muchas otras luchas que comenzaron como un desafío al sistema han sido expropiadas por el propio sistema cuando los que las dirigen se dan cuenta de las posibilidades de explotar un determinado mercado.
La lucha para acabar con la opresión de gays y lesbianas deja de ser, por tanto, una lucha contra el sistema para, abandonando la resistencia al mercado, convertirse en una aceptación del mismo. La revista semanal de los empresarios The Economist expresa muy bien esta idea: "Están apareciendo los primeros miembros de una nueva clase única: jóvenes gays que nunca han tenido miedo de ser asaltados o insultados... son la primera línea de una generación a la que podríamos llamar post-gay: una generación que podría crecer preguntándose de qué iba todo el movimiento" .
La división de clases que surge del capitalismo significa que hay gays de la clase dominante y de la clase trabajadora: los que tienen interés en defender al sistema y aquéllos cuyo interés objetivo es acabar con él. La economía rosa, que según muchos teóricos gays es lo que mantiene unida a la comunidad gay, muestra estas divisiones y antagonismos de una manera muy clara.
Los empresarios gays se aferran a la idea de la comunidad gay como una forma de legitimar sus actividades: "Todos los gays y lesbianas están en el mismo barco, por tanto deberían luchar juntos contra la discriminación" , nos dicen. Esta frase, sin embargo, está ocultando la naturaleza de clase de la opresión, el hecho de que los que tienen una posición más desfavorecida en la sociedad se enfrentan a la opresión de forma muy diferente a la de aquellos que están en la cima.
La falta de consistencia de esta idea de comunidad de intereses, quedó en evidencia durante las movilizaciones del 5 de octubre de 1996 en Sitges (Barcelona). El Ayuntamiento de esta localidad, gobernado por la derecha (coalición CiU-PP), estaba llevando a cabo una serie de actuaciones claramente homofóbicas como la apertura de fichas por parte de la policía municipal a homosexuales que eran detenidos en la calle. Como respuesta lógica, el FAGC convocó una manifestación de protesta en las calles de Sitges. Los empresarios gays, propietarios de los locales de ambiente, temerosos de que sus negocios se vieran afectados, cerraron sus bares como medida de presión contra la celebración de las movilizaciones, que fueron calificadas de provocación y de intento de crear crispación. Los empresarios fueron apoyados por un grupo del movimiento gay de tendencia reformista que, a su vez, desconvocó la manifestación.
Lo que debería haber sido una manifestación masiva para combatir la homofobia, se convirtió en un acto mucho más minoritario al que asistieron activistas gays y lesbianas y, junto a ellos, personas de otros movimientos de izquierda que querían plantar cara a la homofobia de la derecha. Desgraciadamente, a la convocatoria, probablemente atraídos por la división dentro de la "comunidad gay", también asistieron grupos de nazis que ejercieron su violencia contra los manifestantes.
Parece ser que ni a los empresarios, ni al grupo reformista, les importaban mucho los ataques recibidos por otros miembros de su comunidad, ya fuesen procedentes del ayuntamiento de derechas o de los skinheads nazis.
Hay que decir que muchos militantes de izquierda aceptan la idea de una comunidad gay. Se argumenta que "lo que une a las lesbianas y gays son sus experiencias sexuales similares y la discriminación que sufren, que no es más que el resultado de los prejuicios contra su sexualidad". Según esta idea, un hombre blanco gay rico, si pierde su trabajo por ser gay, estaría viviendo la misma situación que una lesbiana negra pobre que perdiese su trabajo por la misma razón.
Pero una simple mirada al estilo de vida de los gays de la clase dominante muestra que viven en un mundo muy diferente al de la mayoría de gays y lesbianas de clase trabajadora. The Advocate , una de las revistas gays más vendidas en EEUU, publicó recientemente una entrevista con Alan Gilmour. En ella nos habla de las dificultades que tuvo para asumir su homosexualidad y para vencer los prejuicios en su empresa tras su salida del armario. Hay que decir que hasta 1994, Alain Gilmour fue vicepresidente de la fábrica de coches Ford, lo que le convirtió en uno de los directivos con más influencia en los EEUU. Aunque en 1994 dejó a Ford , continúa formando parte del consejo de administración de Prudential Insurance, Dow Chemicals, Detroit Edison, US West y Whirlpool. En la entrevista nos dice que aunque está muy ocupado, todavía le queda tiempo para supervisar la construcción de la casa de sus sueños, una mansión de cuatro pisos y 1.200 m² en Detroit.
Por más simpatía que tengamos hacia la lucha de Gilmour para asumir su sexualidad, hay que reconocer que su estilo de vida y su riqueza pertenecen a un mundo muy alejado del de los trabajadores, que se ven obligados a trabajar largas jornadas a cambio de bajos salarios en la cadena de producción de la Ford, muchos de los cuales son gays y lesbianas.
Tal como cuenta en la entrevista, los viajes que hizo durante sus vacaciones, o por negocios, fueron de gran ayuda para Gilmour a la hora de asumir su homosexualidad. Pero la mayoría de la clase trabajadora en EEUU ha perdido un 19% del poder adquisitivo de sus sueldos, desde los años 70. Ellos no pueden permitirse este lujo. Sus principales preocupaciones son la vivienda, la sanidad, la educación o necesidades tan básicas como la comida y la calefacción. Habría que hacerse una pregunta: ¿De qué lado se pondría Gilmour si los trabajadores de sus empresas (gays y lesbianas incluidos) se pusieran en huelga para pedir un aumento de sueldo que les permitiera llevar un estilo de vida con el que poder afirmar su propia sexualidad?
https://capitalismobudista.wordpress.com/2016/02/03/la-mascota-rosa/
ResponderEliminar