Por Erick
Felipe Cabrera
(Documento
presentado en el XXI Congreso del Partido Comunista Colombiano, con el nombre “Marco
teórico para el debate sobre emancipación de la sexualidad”)
Antes de
comenzar con el análisis sobre la emancipación sexual, es importante que
tengamos en cuenta que la sexualidad se configura como un conjunto de
relaciones sociales (esto quiere decir, que no se reducen únicamente a los
actos de tipo genital sino que tienen una gran amplitud que atraviesa por
diversos códigos culturales como lo son las formas de vestir y los roles de
género establecidos en determinadas sociedades; códigos de comportamiento como
lo son algunas conductas leídas socialmente como masculinas y/o femeninas; y códigos
de pensamiento como lo es la forma de concebirse como hombre y/o como mujer), y
que por lo tanto, debemos abordar esas relaciones sociales desde una concepción
materialista de la historia, entendiendo que éstas están “determinadas
históricamente por su sujeción a las relaciones de producción dominantes en una
época determinada”[1].
Ya en la Edad Antigua, la opresión hacia las mujeres, se manifestaba en
diversas prácticas de tipo patriarcal, como lo era la poligamia de los padres
de familia con motivos meramente reproductivos en donde las mujeres no tenían
las mismas condiciones de igualdad con los hombres, y su relacionamiento se
reducía únicamente a la perpetuación de un linaje. Más adelante, con el
surgimiento de la propiedad privada, esa forma de relación social entre hombres
y mujeres, se limitó a la herencia de la propiedad y del capital. En la Grecia
clásica y en la Roma imperial, por ejemplo, las mujeres eran sometidas al yugo
y a la patria potestad del “Pater Familias”. En la Edad Media, fruto del
teocentrismo filosófico y del clericalismo social, la Iglesia mantuvo esa
opresión hacia las mujeres, y condenó las prácticas no heterosexuales por medio
de la imposición de una moral puritana y de una legislación extremadamente
rígida, la cual se mantuvo durante todo el Medioevo.
Podemos
observar que la opresión sexual no es un producto originado por la sociedad
capitalista, que, aunque si se agudiza con la explotación del capital y con la
segregación basada en la clase, no es más que la perpetuación de otra de las
formas de opresión que en lugar de ser superadas por la sociedad burguesa, lo
único que han generado es el origen de “nuevas clases, nuevas condiciones de
opresión, nuevas modalidades de lucha; que han venido a sustituir a las
antiguas”[2].
Esto sin lugar a dudas ha creado nuevas relaciones de dominación, nuevas
relaciones entre oprimidos y opresores, que se ven claramente evidenciadas en
los privilegios sociales a los que acceden quienes se someten a la norma sexual
establecida, en contraposición a quienes no se someten a esa norma y prefirieren
las expresiones sexuales no normativas.
En este
sentido, es necesario que la sexualidad, al igual que la emancipación sexual,
se analice de manera amplia entendiendo que es algo que compete a todo ser
humano, independientemente de su orientación sexual, su identidad de género, y
de su realidad biológica genital, por lo cual, la opresión sexual es un
problema social, en cuanto a que la sexualidad impuesta por la moral dominante
regula y normaliza la forma de relacionamiento sexual y social de todos los
seres humanos. La norma sexual dominante se manifiesta en la imposición de
determinadas prácticas sexuales y formas de relacionamiento social que
excluyen, discriminan y reprimen por medio de diversos aparatos ideológicos,
entre los cuales sobresalen la familia, la Iglesia, y la escuela.
Es
fundamental entender que “el proceso de normalización sexual burgués, apunta a
mantener la imposición de una norma heterosexual dentro del marco de la familia
monogámica [heterosexual] y patriarcal”[3], institución
característica y fundamental del capitalismo, que mantiene de una generación a
otra las relaciones de opresión necesarias para el sostenimiento del sistema, estableciendo
a la “heterosexualidad obligatoria”, como la única forma de relación social y
sexual, que en la sociedad capitalista toma sentido en cuanto a que otro tipo
de formas de relacionamiento no permitiría la procreación y por lo tanto, no
permitiría tampoco la herencia del capital de padres a hijos. Este tipo de
familia cumple la función de imponer principios morales como la supuesta
necesidad de perpetuar el matrimonio indisoluble, heterosexual y monogamico, como
manifestación de la “perpetuación del papel de la familia como reproductora del
orden social establecido”[4]. El
modelo familiar heterosexual-burgués del cual hemos hablado anteriormente,
utiliza en este sentido la represión sexual para “someter a los sujetos, y para
ello utiliza un dispositivo eficaz que es la religión, instrumento que
establece precozmente, la angustia y la culpa ante la trasgresión”[5],
siendo la Iglesia la conductora de los parámetros de moralidad aceptados por el
sistema e impuestos mediante un discurso de condenación y de muerte. Esos
criterios morales que tanto la familia como la Iglesia han establecido en la
sociedad, vienen a ser reforzados en la escuela, que incrusta en la mentalidad
de los niños el prejuicio de inmoralidad hacia las personas con sexualidades no
normativas, mantiene la noción de inferioridad de las mujeres con respecto a
los hombres, y regula las formas de comportamiento de todas las personas.
Por todo
lo anterior, se puede asegurar con certeza que la emancipación sexual es una
necesidad social, manifestada en la decadencia de la moral sexual burguesa y en
la barbarie de la represión. Sin duda alguna, podemos asegurar que en las
relaciones sexuales y sociales no normativas, se expresa la “rebelión
contra el sometimiento de la sexualidad al orden de la procreación y contra las
instituciones que garantizan dicho orden”[6]. La
liberación sexual es, por ende, una expresión de la emancipación social, por lo
que no es preciso supeditarla a la lucha de clases, sino antes bien, unirla a ésta
y a todas las otras luchas que buscan la emancipación de la humanidad “interpelando directamente al poder, la ley, el orden y la
norma del macho; luchando por superar toda sociedad que fundamenta su poder en
la exclusión y la opresión. Logrando no solo la simple liberación sexual, sino
la conmoción de toda la sociedad clasista y falocrática"[7], fundamentándose
principalmente en su capacidad de romper con las estructuras que oprimen y que explotan,
y de generar una transformación de toda la sociedad.
[1] Jean Nícolas, en La Cuestión Homosexual
[2] Carlos Marx y Federico
Engels, en El Manifiesto del Partido
Comunista
[3] Jean Nícolas, en La Cuestión Homosexual
[4] Wilhelm Reich, en La Revolución Sexual
[5] Wilhelm Reich, en Psicología de Masas del Fascismo
[6] Herbert Marcuse, en Eros y Civilización
[7] León Zuleta, en el periódico
El Otro
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