lunes, 31 de octubre de 2011

La opresión de las mujeres bajo el capitalismo

La forma en que la familia nuclear sirve para reproducir la fuerza de trabajo, es la raíz material de la opresión de las mujeres de clase trabajadora bajo el capitalismo hoy. Es el cuidado de los hijos y el trabajo doméstico lo que restringe el contacto de las mujeres de clase trabajadora con el mundo exterior al hogar y lo que produce su dependencia de los hombres de clase trabajadora.

Esta es la razón por la que la opresión de las mujeres de la clase trabajadora no puede acabarse sin el masivo cambio social necesario para socializar el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos.

Por supuesto, la opresión no es únicamente material. La opresión material está respaldada por un conjunto de factores ideológicos. Por tanto, la opresión no acaba cuando las mujeres salen del hogar, o si han decidido no tener hijos, o si los hijos han crecido. Presiones materiales e ideológicas se combinan, por ejemplo, para persuadir a las mujeres de que trabajen por salarios más bajos de los que la mayoría de hombres aceptarían.

Cuando se llega a la ideología de la opresión ha de tenerse en cuenta otro factor. Esta ideología no es generada por la clase trabajadora, sino que ha de serle impuesta desde arriba por los representantes de la burguesía. Como Marx declaró, “las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante”. La forma en que las mujeres y los hombres de la clase trabajadora ven y se relacionan con los demás está determinada no sólo por sus propias condiciones materiales, sino también por la ideología generada por la familia de la clase dominante.

Bajo el capitalismo existe una opresión de las mujeres burguesas paralela a la de las mujeres de clase trabajadora, aunque bastante diferente en su origen y contenido.

En la familia burguesa clásica las mujeres eran liberadas de gran parte de la carga en el cuidado de los hijos (por el empleo de numerosos sirvientes domésticos), pero se les negaba también cualquier papel en la producción. Sus maridos tenían el control del excedente y eran consideradas en muchos casos como mercancías (como adornos para los hogares de sus maridos), mientras el matrimonio virtualmente era una forma de comercio entre familias dominadas por el hombre. Las mujeres de la clase dominante eran confinadas en sus hogares, pero en ociosidad, no trabajando duro como las mujeres de clase trabajadora.

La ideología que respondió a este estado de cosas representaba a las mujeres con cualidades completamente diferentes a las de los machos “industriosos”, “seguros de sí mismos” y “agresivos”, frente a la pasiva, dulce, emocional, frívola y “femenina” hembra.

Tal visión no se correspondía en todo con la posición real de las mujeres de clase trabajadora, que trabajaban duro en la casa, en el servicio doméstico o en la fábrica. Pero proporcionaba la colección de imágenes estereotipadas con las que no sólo los hombres y las mujeres de clase dominante, sino también los hombres y las mujeres de la clase trabajadora se esperaba que vieran a los demás. Porque, hasta donde dan por supuesta la sociedad existente, los trabajadores están siempre bajo una presión enorme para aceptar la concepción del mundo de sus explotadores.

Los hombres de clase trabajadora fantasearían acerca de lo que harían si pudieran tener éxito en la sociedad burguesa —y una de las cosas que podrían hacer sería poseer mujeres como mercancías—. Las mujeres de clase trabajadora fantasearían sobre “triunfar” si pudieran cultivar los atributos de la feminidad pretendidamente poseídos por las mujeres de clase superior (fantasías reforzadas por las historias de las revistas y los seriales que encarnaban a mujeres de la clase trabajadora que consiguen casarse con alguien por encima de su clase de origen).

Todo esto, sirvió para idealizar y santificar la situación real de la familia de clase trabajadora y de este modo pudo representar una función muy real para el capitalismo. Actuó como un mecanismo para sostener a la familia de clase trabajadora unida y mantener el sistema vigente. La religión, la pornografía, los seriales, las revistas de mujeres, la ley, todo actuaba a la vez para hacer que la familia pareciera necesaria e inevitable, la más estable de las instituciones en un mundo siempre cambiante.

Pero bajo el capitalismo ninguna institución puede permanecer inmutable para siempre. Nada es tan sagrado que pueda evitar ser modificado por el avance superior de las fuerzas de producción.

Unas pocas décadas después del establecimiento del estereotipo de familia de clase trabajadora, comenzó a ser socavado por cambios en las condiciones materiales de la sociedad capitalista.

A mediados del siglo XIX la reproducción de la fuerza de trabajo era sólo posible si la mujer corriente de clase trabajadora tenía 8 ó 10 embarazos (en Londres casi el 60% de los niños morían antes de los 5 años en 1850) y, así, dedicaba prácticamente toda su vida tras el matrimonio al embarazo o el cuidado de los niños.

Pero la verdadera expansión de las fuerzas productivas producidas por el capitalismo tuvo, como un producto adicional, el desarrollo de nuevas tecnologías que redujeron radicalmente el esfuerzo que era necesario invertir para la reproducción de la fuerza de trabajo. La mejora en la atención a la salud significó la muerte de menos niños.

Se hicieron accesibles nuevos métodos de control de nacimientos, ampliamente superiores a los métodos brutales y disponibles en la infancia del capitalismo —primero el preservativo y el diafragma, luego, en los primeros 60, la píldora y el DIU—. La tasa de nacimientos podía declinar y las mujeres de clase trabajadora ser relevadas de algunas de las cargas del nacimiento de los hijos. La necesidad del sistema de fuerza de trabajo no estaba amenazada.

Al mismo tiempo, comenzó a aplicarse nueva tecnología a las tareas de crianza de niños y de cuidado de los trabajadores. La lavadora, el aspirador, el refrigerador, el cambio de la cocina de carbón por los sistemas modernos de cocinado, todo tuvo el efecto de reducir enormemente la cantidad de trabajo puramente monótono que se desarrollaba en el hogar.

Como algunos escritores sobre el trabajo doméstico han señalado, esto no acabó con el tedio y la alienación de la mujer, que continuó estando encerrada en el hogar, especialmente si era responsable de hijos pequeños. Pero significó que podía comenzar a pensar en obtener un empleo fuera del hogar a diferencia de las mujeres de anteriores generaciones. Porque, especialmente después de que sus hijos tuvieran 5 ó 6 años, ella podía ganar vendiendo su fuerza de trabajo lo suficiente para pagar formas de reducir (aunque no eliminar) el tedio y la monotonía (niñeras pagadas, comidas preparadas, servicio de limpieza en la lavandería, salidas al supermercado una vez a la semana en vez del recorrido diario por las tiendas del barrio…)

Desde el punto de vista de la acumulación de capital, el viejo modelo de familia llegó a ser muy antieconómico. Las mujeres estaban ahora gastando más trabajo en el hogar de lo que era estrictamente necesario para reproducir la fuerza de trabajo para el sistema.

Si el número medio de hijos nacidos en una familia es 8 o más, es probablemente más económico para el sistema porque casi con seguridad la educación de los hijos tendrá lugar en el hogar. Pero una vez el número de hijos ha bajado a dos, las cosas empiezan a ser diferentes. Una guardería media tendrá un adulto cuidando de seis niños. Por tanto, por cada trabajador extra que habría de ser contratado para hacer asalariado el cuidado de los niños, dos mujeres más eran liberadas para la explotación en el mercado de trabajo. Y esto especialmente si las mujeres tienen que pagar el cuidado de los niños fuera de casa con sus propios sueldos: ¡el sistema entonces recibe un valor adicional de ellas sin haberse preocupado del coste de pagar por el cuidado de niños socializado!

Desde el punto de vista del capitalismo desarrollado, una mujer atada al hogar cuidando sólo de dos hijos y su marido, es un despilfarro de valor excedente potencial. El hecho de que ella trabaje todo el día no es consuelo para el sistema. Su trabajo podría hacerse más eficientemente liberándola para la esclavitud salarial.

Por lo tanto, ha sido una tendencia a largo plazo que el número de mujeres que participaban en el trabajo asalariado creciera. En Gran Bretaña hoy, más de la mitad de las mujeres casadas ahora trabajan, frente a menos de una de cada cinco que lo hacía en 1950; en USA la proporción de mujeres casadas entre 20 y 25 años que trabajaban, ascendió del 31% en 1957 al 43% en 1968. Este crecimiento se ha estado produciendo desde los años 20. La recesión de los años 30 no lo invirtió, ni lo ha hecho la crisis de los últimos diez años.7

Es verdad que la enorme afluencia de mujeres al trabajo asalariado durante las dos guerras mundiales estuvo seguida de medidas para reemplazarlas por hombres cuando las guerras acabaron, pero esta experiencia no consiguió parar a largo plazo el crecimiento durante más de medio siglo en la proporción de mujeres casadas que trabajaban.

El estado capitalista, cargado con el mantenimiento de las condiciones subyacentes necesarias para la acumulación de capital, se ha visto forzado en todos los países a responder a estos cambios. Cada vez más, ha tenido que tomar medidas diseñadas para complementar a la familia en la reproducción de la fuerza de trabajo; la provisión de seguridad social, educación preescolar y otras.8

Los cambios han sido acumulativos. Cuanto más se han integrado las mujeres de clase trabajadora en la fuerza de trabajo, más facilidades han pedido para hacerlo posible. Conforme han comenzado a conseguir fuentes independientes de ingresos, han empezado a cuestionarse las viejas concepciones de completa dependencia de sus maridos. Han comenzado a demandar métodos contraceptivos más efectivos, abortos seguros, a tener menos hijos, alguna cesión de la responsabilidad de las tareas de la casa sobre los hombros de sus maridos. Cada vez más, han tomado la iniciativa de acabar con matrimonios infelices.

El sistema está experimentando hoy lo que Marx pensó que ocurriría hace un siglo: una tendencia a minar la familia. Sin embargo esta tendencia puede no llegar a realizarse nunca por causa de contra-factores:

(1) La plena socialización del cuidado de los hijos requeriría un nivel de inversión que el sistema capitalista está poco dispuesto a hacer, incluso en períodos de expansión.

(2) La ideología de la familia continúa siendo muy importante para la estabilidad del sistema. La opinión de las mujeres, de que cuidar a sus hijos debería ser su primera preocupación les lleva a trabajar por menos que los hombres. Organizaciones como la iglesia, que explota el aislamiento de las mujeres usando el eslogan de la defensa de la familia, aún pueden aportar un puntal ideológico valioso para el sistema. Así, los gobiernos aprueban leyes antiaborto y son reacios a liberalizar las leyes de divorcio, aunque tales cuestiones no sean en sí mismas importantes para las necesidades económicas del sistema.

(3) Finalmente, el nuevo período de crisis económica que comenzó a finales de los setenta ha reducido las presiones para incrementar el suministro de fuerza de trabajo, aportando un mayor número de mujeres a ella, y ha incrementado la dependencia del sistema de fuerzas reaccionarias que utilizan el eslogan de la “defensa de la familia”. Esto no ha impedido cierto aumento continuado del número de mujeres que buscan trabajo, pero ha disuadido al sistema de hacer inversiones necesarias para ayudarlas a hacerlo.

El desarrollo de las fuerzas de producción ha presionado las viejas relaciones sociales encarnadas en la familia de clase trabajadora. Pero no ha sido suficiente para acabar con ellas.


(Tomado de "Mujer y Capitalismo" de Chris Harman)

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