jueves, 22 de septiembre de 2011

Hombres y sexualidades: naturaleza y cultura (castrar o no castrar)

(Fragmento de “Hombres: identidad/es y sexualidad/es” del III Encuentro de Estudios de Masculinidades)

Según las investigaciones en el campo de la sexualidad y la salud reproductiva, la experiencia sexual es el resultado de un complejo conjunto de procesos psicológicos, sociales, culturales e históricos que permite la construcción del cuerpo, la interpretación del deseo y que da sentido a las vivencia y sexualidad de hombres y mujeres (Foucault 1977, Kalchadourian 1983, Weeks 1998, y en América Latina: Parker 1991, 1996, 1998; Fachel 1998; Figueroa 1997, entre otro/s). Las diversas culturas estudiadas, especialmente en la antropología, estarían mostrando una diversidad de formas que adquiere la sexualidad de hombres y mujeres.

Estos estudios estarían refutando uno de los pilares de la masculinidad dominante que indica que la sexualidad es una hecho natural, que hombres y mujeres tiene una naturaleza definida por la heterosexualidad y por la relación activo/pasiva; penetrador/penetrada; sexo/amor. Una característica central de la masculinidad hegemónica es el heterosexismo, sólo el hombre heterosexual serían plenamente hombre. Como lo analizan numerosos autores y autoras, en este modelo la heterosexualidad deviene un hecho natural (Lamas 1995; Lagarde 1992; Kaufman 1997; Rubin 1987; Kimmel 1997; Connell 1995; Fuller 1997, 2001; Viveros 1998, 2001; Ramírez 1993; Gilmore 1994; Badinter 1993; Valdés y Olavarría 1998; Olavarría et al. 1998; Olavarría 2001).

Entre las interpretaciones a que acude la masculinidad dominante, para darle carácter "natural" a su construcción, está la afirmación de que los hombres, al igual que todos los animales, tienen "instintos", entre ellos el de reproducirse. El deseo sexual por tanto, sería un instinto determinado biológicamente, que se acrecienta en la medida que no es satisfecho y lleva a los varones a conquistar y penetrar mujeres para poseerlas (Kimmel 1997; Kaufman 1997; Szasz 1997; Valdés y Olavarría 1998; Viveros 1998; Viveros, Olavarría y Fuller 2001). Esta interpretación, que sería sentida subjetivamente por una proporción importante de varones, les llevaría a vivenciar su cuerpo como un factor de fragmentación de su subjetividad; asociando sus deseos, placeres y emociones -propias de la sexualidad- con expresiones de una fuerza interna incontrolable que los presiona a ejercer violencia, más allá de su voluntad, para satisfacer el deseo; no sintiéndose responsables, en algunos casos, de sus actos ni de las consecuencias de ellos, pese al dolor que les ocasione…

… Desde distintas miradas, los tres conciben la sexualidad masculina como una expresión asociada a la "naturaleza" de los varones, en algunos momentos incontrolable; dando por supuesto que los hombres tendrían un instinto o impulsos sexuales irrefrenables.

De ser así los hombres serían/son, por tanto, un peligro para las mujeres, y especialmente para las menores, porque salvo que ellos tengan la capacidad de contener su "instinto" tratarían, cuando se de la oportunidad, de satisfacer ese impulso con una mujer, una menor o un menor.

Esta concepción de la sexualidad de los hombres -construcción del cuerpo y el deseo-se constata también en investigaciones con varones de distintas edades y condición social, como ha quedado demostrado en estudios efectuadas desde FLACSO, en Santiago de Chile.

De acuerdo a los testimonios, el deseo sexual se originaría en la "naturaleza" de los hombres, los que al igual que todos los animales, tendrían "instintos"; entre ellos el de reproducirse. Las vivencias que los hombres tienen de su sexualidad son interpretadas, así, a partir de esta suerte de "teoría" que atribuye un rol central a la existencia de este "instinto sexual masculino" que se expresa en un deseo irrefrenable y permite la reproducción de la especie. Todo hombre debe poseerlo.

Éste se comienza a hacer presente en los hombres al momento de la pubertad y al inicio de la adolescencia.

Esta expresión de animalidad se expresaría, por tanto, en necesidad y deseo. Necesidad porque es un instinto animal, cuyo control no depende de él, es más fuerte que la voluntad del varón, es un requerimiento objetivo de su naturaleza para reproducir la especie. Y es un deseo, porque subjetivamente orienta la satisfacción de esa necesidad hacia el objeto del deseo: una mujer. Para satisfacerla hay que poseer una mujer, penetrarla. El deseo sexual por tanto, sería un instinto determinado biológicamente, que respondería a un ciclo. Según esta "teoría", esa necesidad se manifiesta en la producción de un deseo que, en la medida en que no es satisfecho, se acrecienta y acumula en el varón hasta llegar a un punto tal que debe vaciarse en una mujer. Ello lleva a los varones a conquistar y penetrar mujeres para satisfacerse y cumplir el mandato de la naturaleza. "Como necesidad empecé con prostitutas" (Franco, 41 años, medio alto).

El deseo sería más fuerte que la voluntad del varón y muchas veces, si no puede vaciarlo, lo supera y aparece la animalidad, la irracionalidad. La animalidad sería el origen del deseo y su consecuencia; lleva al hombre a descontrolarse. Por ello, el varón debe tratar de dominar al deseo para no ser presa de él; debe dominar su animalidad. En este punto el varón se ve enfrentado a una encrucijada clásica: o su voluntad domina al cuerpo, al deseo ("el instinto"), o se transforma en un animal. Para los que recibieron una formación católica, además pecan. Ese sería un punto de tensión permanente del hombre, que se da con distinta intensidad (Monick 1994).

Es particularmente difícil de vivir para los entrevistados de sectores medios altos educados en colegios católicos. "El shock se me produce en la adolescencia cuando un cura me encara oficialmente en el colegio y me dice 'bueno, la masturbación es un pecado y, en consecuencia, ahí está el confesionario' " (Juan Pablo, 38 años, medio alto).

La parte del cuerpo que concentraría el deseo es el pene, el "órgano", que tiene vida propia, y no necesariamente responde a la voluntad del varón. Muchas veces parece adquirir autonomía del resto del cuerpo. Por ello se le describe como "el caballo encabritado", "el niño travieso", "el otro que tiene hambre". "Cuando veía a alguien que me gustaba y empezaba a... (se mira la zona genital) ... a encabritarse el niño. Se entusiasmaba. Entonces, ahí empecé a darme cuenta y ahí, sabiendo por qué" (Guido, 26 años, popular). El varón, una vez que despierta al deseo y lo siente como una necesidad imperiosa, no lo deja de vivenciar hasta hacerse viejo, cuando pierde sus atributos de "hombre".

Esta construcción de los cuerpos, de hombres y mujeres, no sólo le confiera a éstos atributos que los distingue y define al varón como un sujeto peligroso (presente o potencial) para las mujeres, sino que también expresan un orden de género profundamente arraigado, donde la violencia es parte constitutiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...