Por Felipe Rivas San Martín - Equipo Disidencia Sexual
“No hay posibilidad de que el agente actúe ni tampoco hay posibilidad de realidad fuera de las prácticas discursivas que otorgan a esos términos la inteligibilidad que poseen” (Judith Butler, El Género en Disputa)
¿Qué es una acción subversiva? ¿Puede uno actuar en contra, fuera o más allá de las normas o del poder? Que un sujeto no se adecue a las normas de género y de sexo ¿le asegura una posición subversiva frente a ese sistema heterosexual? ¿Quién actúa cuando se actúa en oposición a los regímenes de poder? ¿Existe alguna identidad o posicionamiento que asegure una trasgresión o una resistencia más efectiva de la heteronormatividad? ¿Puede una reflexión teórica sobre estos temas provocar una “cosificación” de la experiencia particular de ciertos cuerpos y sexualidades, como uno más de los efectos de la marginación social, esta vez, con intenciones aparentemente progresistas?
Un lugar privilegiado dentro de las reflexiones que buscan reconocer y legitimar las alternativas de resistencia al régimen heterosexual, lo ocupan las disputas en torno a "la posibilidad y ocasión de la acción política subversiva". Las configuraciones identitarias marginales, los desajustes de género-sexo-deseo, las experiencias de vida de marginalidad sexual han sido presentadas indistintamente como paradigmas teóricos que postulan "sujetos" como emblemas de subversión política.
En el espacio local, Pedro Lemebel, escritor y miembro del mítico colectivo de performance “Las Yeguas del Apocalipsis”, afirmaba en una entrevista radial en los inicios del movimiento homosexual chileno y en torno a la figura de “la loca” que “la Loca es como tú deconstruyes el patrón formal cultural... La loca deconstruye eso, la loca hace el quiebre, hace la fisura, se cuestiona, replantea, duda, ironiza (...) es como el cojo. El cojo cuando cojea, se sale de la fila y puede ver en qué está metido”1 . Más allá de las posibles identificaciones de la loca como un reforzamiento de los presupuestos clásicos de la ciencia que igualaban la “homosexualidad” a la “inversión”, tesis propuesta por los sectores conservadores del movimiento Gay, sería interesante repensar la estrategia de Lemebel a partir de una complejización de los patrones políticos establecidos entre sexo-género y deseo.
En parte, la estrategia del “maricón” y la “loca”, se han configurado en América Latina como esfuerzos de resistencia a un modelo de lo gay de corrección estética masculina, identificado a veces como “foráneo”. Sin embargo, también es interesante ver cómo las configuraciones de las “masculinidades gay” exceden en varios casos la simple “reproducción de las hegemonías masculinas en contextos homosexuales”. Las imágenes eróticas de Tom de Finlandia que han servido como modelo paradigmático de una construcción gay de la masculinidad producen en la hiperbolización sexual de la masculinidad, una problemática y perturbadora feminización de los cuerpos gays. Por otra parte subculturas como los “osos”2 o quienes practican “S/M”, probablemente más autoconscientes de su posición política que la figura de “la loca”, configuran prácticas de masculinidad gay que escapan de los moldes hegemónicos de los que nos advierte Lemebel, volviendo complejos los -a estas alturas- tradicionales esquemas que pensaban la subversividad homosexual exclusivamente en términos de sus “complicidades con lo femenino” y las propias categorías de “femenino y masculino” en relación a la política y al deseo.3
En una apuesta inaugural del ciberfeminismo, Haraway presenta al “cyborg” de manera provocadora aunque problemática como “una criatura en un mundo postgenérico”4. Habría que dejar muy en claro a qué se refiere Haraway cuando habla de "postgénero". Si por postgénero se plantea la superación del género, entonces deberíamos convenir que el cyborg es una criatura cuyas coordenadas de localización son bastante improbables de ubicar en el contexto actual, en el que las marcas indelebles del género son capaces de significar todo gesto, pose, estética, lugar. Seria adecuado aclarar que lo postgénero no puede ser entonces algo que supere al género, que esté fuera del género o vaya más allá del género, sino que se debiera referir más bien a la posibilidad de multiplicación subversiva de las expresiones binómicas de género. Una suerte de explosión rizomática del género, más que una superación -improbable- de las marcas de género.
Asimismo, pero desde el feminismo lesbiano materialista, una de las voces más influyentes entre los precursores de la “teoría queer” es sin duda Wittig. En su “Pensamiento Heterosexual” 5, Monique Wittig ubica a la lesbiana como un sujeto que “ha roto el contrato heterosexual”, situándola –según Preciado- en “un espacio puro” hipotético, exterior a la heterosexualidad como régimen político y asimilado con la libertad y la insurrección 6.
Como queda de manifiesto en Testo Yonqui, y siguiendo al pie de la letra los consejos de Haraway, Preciado inicia en si misma la experimentación de las “posibilidades peligrosas que gentes progresistas pueden explorar como parte de un necesario trabajo político”. La agenda teórica de Preciado ha incluido desde su Manifiesto Contra-sexual hasta Testo Yonqui, la configuración crítica posfoucaultiana de lo que podría llamarse una ofensiva biotecnopolítica contra la “Naturaleza”, esa hetero-naturaleza que ha prescrito cuerpos, identidades y certezas sexuales. Del dildo a la testosterona.
El caso de Agnes, una transexual M2F (masculino a femenino, correción del editor) que a través de la ingestión de estrógenos “se hace pasar por intersexual” para obtener la cirugía genital, es analizada por Preciado en “Biopolítica del Género”, y más tarde replanteado en Testo Yonqui, como un “modelo” de “bioterrorismo” y reapropiación de las tecnologías disponibles del género.
Es posible pensar que Preciado encontró en Agnes a la “Alicia cyborg” que añoraba Haraway. Pero también me parece que la lectura que hace de Agnes constituye más una interpretación desplazada de su propio interés de justificación política que una lectura efectiva de los procesos implicados en la vida de Agnes. Los "ejercicios de activismo biopolíticos" que ella invita a practicar, basándose en las experiencias de Agnes, más bien habría que buscarlos en su propia experiencia con las tecnologías farmacológicas, como el consumo de testosterona.
Si bien es cierto que este tipo de reflexiones ha servido para otorgar una dignidad a sujetos excluidos, a través del rol político fundamental que pueden desempeñar, surge el problema de que muchas lecturas provocan una cierta cosificación y apropiación teórica de los “otros” cuerpos, experiencias e identidades periféricas 7.
En diversos espacios tanto políticos y críticos en los que he podido participar tales como encuentros de lectura y reflexión donde se ha debatido estos temas, he tenido la impresión que muchos teóricos e intelectuales heterosexuales, feministas o incluso gays y lesbianas, sienten un alivio al pensar que existen cuerpos e identidades que transgreden de manera paradigmática las normas heterosexuales y que por lo tanto son los otros y no uno mismo, quien ocupa un lugar privilegiado –y por tanto tiene la responsabilidad- de constituir resistencias a los regímenes genérico-sexuales.
Pareciera ser que el encontrar sujetos privilegiados de la acción política, sirva para la tranquilidad e inmovilidad política de algunos, que aunque compartan la crítica al régimen heterosexual-, no están dispuestos a llevar a cabo las prácticas de resistencia ya sea en sus vidas, en sus cuerpos, en sus militancias, o en sus relaciones cotidianas, tendientes a resistir esos regímenes. El asunto se puede volver aún más dramático cuando son los cuerpos más bien hegemónicos los que adquieren mayor autoridad sobre esos discursos. El problema de la constante institucionalización académica de la “teoría queer” puede ser en parte, a causa de ello.
¿Cómo reflexionar entonces en una teoría de la acción subversiva? ¿En qué momento una acción se vuelve subversiva o reafirmante del poder? ¿Cuál es la noción de performatividad que puede indicar algún camino posible de insubordinación política? La noción de performatividad del género ideada por Judith Butler ha sido clave no sólo como una elaboración teórica de los mecanismos de poder que normalizan a los sujetos en los regímenes de inteligibilidad genérico-sexuales, sino también como una teoría de la acción subversiva por parte de los agentes, al resistir esas mismas normas que los habilitan. Esta doble faz de la performatividad como análisis de los mecanismos de poder en la constitución de la identidad y en el estatus de los sujetos, y como teoría de las estrategias de subversión, la ha ubicado como uno de los pilares analíticos de las nuevas prácticas y discursos de la disidencia sexual. Aunque una explicación de la teoría de la performatividad del género a estas alturas pueda parecer redundante, es importante insistir en un par de aclaraciones, más aún cuando nos referimos a un concepto analítico-político que en su relativamente breve historia, no ha estado exento de polémicas y malentendidos 8.
Primero es importante aclarar que la “performatividad” no puede ser confundida, asimilada o reducida a la “performance”, entendida esta última como actuación o realización, incluso como forma de protesta, de crítica o de producción artística. Si bien ciertas performances pueden tener como objetivo denunciar o poner en cuestión el carácter performativo de las identidades genérico-sexuales, esa denuncia no puede ser equiparada con los mecanismos performativos en sí 9. La aplicación de la noción de “performatividad” a la manera en que entendemos la constitución del género, define a esta como la citación “reiterada de normas” de género-sexo, normas que anteceden al sujeto, pero que se “actualizan” a través y en esa misma citación. Pero lo principal es que lo performativo es un mecanismo que funciona ocultando sus procesos y naturalizando sus efectos (tanto psíquicos como corporales). Es por eso que las identidades sexo-genéricas se piensan comúnmente como cuestiones estables, naturales e incuestionables.
En el marco de los debates sobre la performatividad, el tema de la posibilidad de acción y las prácticas políticas subversivas han cobrado vital importancia para quienes intentan construir alternativas de resistencia al régimen heterocentrado. En sus primeras aproximaciones sobre el tema, Butler afirma en ese sentido que “toda significación tiene lugar dentro de la órbita de la obligación de repetir; así pues, la ‘capacidad de acción’, es estar dentro de la posibilidad de cambiar esa repetición” 10. Si la capacidad de acción está vinculada para Butler en la no obediencia a la norma que obliga su repetición, entonces es posible afirmar que sólo quienes no representan las normas culturales, “actúan” de manera efectiva. Otra manera de entender este punto, consistiría en que la capacidad de acción esté determinada por una suerte de “momento” en que aparentemente el sujeto, tendría la “posibilidad” -¿esto significará la conciencia?- de continuar efectuando esa repetición, o, por el contrario, “cambiarla”. No queda claro si este supuesto momento implicaría en efecto un instante de reconocimiento de la voluntad del sujeto y si por lo tanto Butler está reconociendo una voluntad soberana al sujeto, a la hora de decidir si seguir o no las normas sociales de la heterosexualidad obligatoria. Con todo, la “capacidad de acción” es un aspecto fundamental de su propia teoría de la agencia como potencialidad subversiva de las normas de la matriz heterosexual. Las implicancias de esta visión para los debates sobre libertad, acción política, resistencia y subversión, son evidentes.
Desde otro lugar, Preciado afirma –en el marco de sus intervenciones acerca de tecnología y subjetividad- que las subjetividades contemporáneas se encuentran definidas tanto por “las sustancias que dominan sus metabolismos”, como por “las prótesis cibernéticas a través de las que se vuelven agentes” 11. Para Preciado, los sujetos de hoy en día, se vuelven agentes –es decir “actúan”- a través de las “prótesis cibernéticas” y sustancias químicas. Por una parte, esto significa que las prótesis cibernéticas y los químicos posibilitan la acción de los agentes y en rigor los constituyen como tales a través de una acción mediada. Esta argumentación, introduce una complejización materialista de las aseveraciones de Butler, por cuanto ya no es la realización de “actos, gestos corporales y discursos” lo que definiría a los agentes contemporáneos, sino la mediación de esas actuaciones en el cuerpo, por parte de las biotecnologías. Una segunda conclusión, nos llevaría a entender –a partir de Preciado- que toda acción, inclusive la acción subversiva es siempre de “naturaleza” protésica. La “política como prótesis” es una buena forma de resumir los intentos de construcción de alternativas políticas en Preciado.
Así, lejos de los recorridos teóricos butlerianos, que ponen constantemente en tela de juicio el estatus ontológico del sujeto-agente, Preciado opta por una propuesta que privilegia la acción política. En realidad, lo que parece haber de problemático en Preciado es un rechazo tácito de los presupuestos de Butler sobre la inexistencia de un sujeto anterior a las normas. Al contrario, Preciado le otorga a los agentes una capacidad contractual (Manifiesto contra-sexual) y el estatus de sujetos relativamente soberanos de su acción subversiva.
A mi juicio en este punto es necesario hacer dos alcances. Primero, el debate siempre debe tener presente que el sistema heteronormativo es un sistema no unitario, sino múltiple, contradictorio y dinámico. Necesariamente las prácticas que se pretendan subversivas al orden hetero deben ser contingentes y estratégicamente no unitarias (Esto implica posiblemente contradictorias). No existe un lugar de lo subversivo "a priori", como tampoco existen experiencias que demuestren haber hecho estallar el sistema -o las lógicas del sistema heterosexual- totalmente o parcialmente.
En segundo lugar, más que preguntarse por el momento de la acción política, habría que pensar en cuáles son las condiciones materiales (de vida, económicas, de resguardo y seguridad) que hacen posible que un sujeto efectúe esas subversiones. Probablemente esa sensación de volatilidad que a algunos inunda al conocer las nociones de performatividad como mecanismo de análisis de la construcción del género, esté dada por la falta de vinculación de una teoría preocupada de la incorporación y surgimiento de los sujetos particulares en las normas de género y sexo, pero que no logra llevar a cabo el segundo movimiento relativo a la constatación que la apelación a las citas normativas que los sujetos efectúan constantemente como requisito de la estabilidad del sistema sexo-género, se dan en un contexto en el que las instituciones (estado, familia, escuela, iglesia, partido político, etc.) y el orden social, económico y cultural, se ven a la vez configurados por ese sistema de sexo-género y son ellas mismas (instituciones y órdenes socioeconómicos) quienes reafirman y consolidan también la continuidad de la apelación a esas citas normativas en la vida cotidiana de los sujetos normados.
Si esto es así, una política subversiva debiera tener presente la necesidad de procesos de transformación social más amplios, que deben incorporar diversas estrategias, dinámicas, flexibles y contingentes, dentro de las que se cuentan discursos críticos, luchas reivindicativas, demanda de derechos, propuestas estéticas, denuncias públicas, prácticas de autoconciencia, uso estratégico de medios masivos, reapropiación de tecnologías de la información, proyectos de vida críticos, promociones culturales, reformas legislativas, etc. Pero independientemente de las estrategias específicas en cada dirección, lo importante es entender la urgencia de la acción.
Tal vez en este sentido Preciado tenga la razón. Tal vez, más allá de cuestionarnos sobre el estatus ontológico del sujeto político, más que insistir en la pregunta por el agente o el sujeto, más que indagar en las oscuridades de lo que pueda significar la acción política, lo que nos queda hoy es “actuar”. Actuar políticamente, aunque aún no sepamos muy bien lo que eso signifique.
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1. Este texto es la trascripción de una entrevista realizada a Pedro Lemebel el 5 de noviembre de 1994 en el programa radial “Triángulo Abierto”, el primero de minorías sexuales en Chile. Forma parte de un documento histórico publicado en 1995 por el MOVILH (Movimiento de Liberación Homosexual), en que se recogen entrevistas realizadas a personalidades nacionales en el programa radial, fundado por esa colectividad en junio de 2003. Triángulo Abierto fue emitido casi en su totalidad por la emisora feminista “Radio Tierra” y durante un período intermedio breve, por Radio Nuevo Mundo, vinculado a la izquierda chilena. En “Triángulo Abierto: Revista histórica del primer programa radial de lesbianas y homosexuales en Chile”. MOVILH. Santiago de Chile, 1995. pag. 19-20.
2. Al menos la comunidad de los “osos” conforma grupos que emergieron en Chile hace algunos años, se reúnen en bares, organizan actividades y se han visibilizado en Internet en sitios como www.ososdechile.cl
3. Es evidente que una reflexión sobre políticas disidentes y masculinidad ha sido expuesta por las prácticas lesbianas “drag king” y por la noción de “Masculinidad de Mujer” o “Masculinidad Femenina” desarrolladas por Halberstam y en parte por Preciado.
4. Haraway, Donna. (1991). Pag. 255.
5. Wittig, Monique. (2006). El pensamiento Heterosexual y otros ensayos. Ed. Egalés, Madrid. Págs. 45-57.
6. Preciado, Beatriz: “Devenir bollo-lobo o cómo hacerse un cuerpo queer a partir de el pensamiento heterosexual”. En Córdoba, David; Sáez, Javier; Vidarte, Paco (comps.). (2005): Teoría Queer. Políticas bolleras, maricas, trans, mestizas. Ed Egalés. Madrid. Págs. 111-131.
7. Debo aclarar que no estoy señalando que esa haya sido la intención de escritores y teóricos como Lemebel, Wittig, Preciado o Haraway. Es evidente que ciertos efectos han sido producto más bien por las “malas lecturas” de esos esfuerzos críticos. Esfuerzos que por lo demás, en el caso de estos autores, ha estado impulsado por los mismos protagonistas de las configuraciones teóricas, involucrados en los procesos políticos y no desde fuera.
8. Un texto importantísimo y provocador en este sentido, desde Latinoamérica es “A una década de la performatividad: de presunciones erróneas y malos entendidos” de la teórica lesbo-feminista Yuderquis Espinoza Miñoso. Las conversaciones sostenidas con ella, primero en Santiago de Chile y luego en Lima, Perú, -aunque no siempre de acuerdo- han sido muy estimulantes y enriquecedoras. El texto citado se encuentra en Fernández, Josefina; D’Uva, Mónica; Viturro, Paula (2004) Cuerpos Ineludibles. Un diálogo a partir delas sexualidades en América Latina. Ediciones Ají de Pollo. Buenos Aires.
9. Quiero poner énfasis en la idea que las performances pueden ser efectivas en develar, mostrarnos, hacer evidente o denunciar los mecanismos de poder, pero no en subvertir, socavar o derrumbar esos mecanismos. Esta segunda lectura, corresponde a una lectura simplista tanto de los funcionamientos del poder, como de las posibilidades concretas de subversión de las hegemonías. Las performances críticas son parte importante de procesos de transformación social más amplios, que deben incorporar diversas estrategias, dinámicas, flexibles y contingentes, dentro de las que se cuentan discursos críticos, luchas reivindicativas, demanda de derechos, propuestas estéticas, denuncias públicas, prácticas de autoconciencia, uso estratégico de medios masivos, reapropiación de tecnologías de la información, proyectos de vida críticos, promociones culturales, reformas legislativas, etc.
10. En Butler, Judith (2007) El Género en Disputa. Ed. Paidós, Barcelona. Pag. 282.
11. Preciado, Beatriz (2007): Farmacopornografía. La cursiva es mía.
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