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Feminismos postmodernos y postestructuralistas
El sueño expresado por Gayle Rubin y por otras teóricas del género es más bien una pesadilla para las teóricas de la diferencia sexual. Para la filósofa, feminista y psicoanalista Luce Irigaray la neutralización del sexo significa el fin de la especie humana. En sus propias palabras:
“Querer suprimir la diferencia sexual implica el genocidio más radical de cuantas formas de destrucción ha conocido la historia. Lo realmente importante es elaborar una cultura de lo sexual, desde el respeto a los dos géneros”19.
Pero ¿qué es una cultura de lo sexual respetuosa de los dos géneros? ¿Qué es la diferencia sexual? A estas preguntas responden Luce Irigaray y Rosi Braidotti, entre otras, tratando de desligar la idea de diferencia, a fin de que se pueda expresar el valor positivo de ser “distinto de” la norma masculina, blanca y de clase media. El punto de partida de ambas es la filosofía postmoderna y postestructuralista, es decir, una filosofía que postula una nueva cultura, la cultura de la fragmentación, de la multiplicidad, de la diversidad, del reconocimiento de la diferencia, de la alteridad, del otro/a. Esta nueva cultura está propiciada por la filosofía de la diferencia francesa (sobre todo por la ontología de Deleuze y Guattari, conformada por conceptos como devenires, flujos, rizomas, nómadas etc. que nada tiene que ver con los conceptos de ser, sustancia, sujeto etc. de la filosofía clásica o de la filosofía moderna), por el método deconstructivo derrideano (interesado en la deconstrucción tanto del logocentrismo como de la metafísica de la identidad y en la afirmación de la alteridad), por el psicoanálisis freudiano y lacaniano y por el postestructuralismo de Foucault (sobre todo en su concepción posthumanista del sujeto).
Basándose en esos presupuestos las corrientes feministas postmodernas, se proponen romper con las pautas de identificación masculina y presentar nuevas conceptualizaciones de las identidades femeninas. La primera ruptura importante que postulan es el reconocimiento de la diferencia sexual y la afirmación de que las mujeres pensamos a través del propio cuerpo por lo que resultan totalmente inaceptables aquellas teorías incluida la teoría sexo/género que sigue manteniendo el dualismo (naturaleza/sexo/cuerpo//cultura/género/mente) que escinden el cuerpo del pensamiento. Si bien el cuerpo no se ha de entender como una cosa natural, como una noción esencialista o meramente biológica sino como una entidad social, codificada socialmente, “como una interfaz, un umbral, un campo de fuerzas incesantes donde se inscriben numerosos códigos”20.
Una de las primeras en proclamar la diferencia sexual fue Luce Irigaray para quien “la diferencia sexual representa una de las cuestiones o la cuestión que hay que pensar en nuestro tiempo”21. Para esta autora todavía hay que luchar por la igualdad de salarios, de derechos sociales, contra la discriminación en el empleo o en los estudios, pero la mera equiparación con los hombres no es suficiente, pues las mujeres “simplemente “iguales” a los hombres serían “como ellos” y, por lo tanto, no serían mujeres… Una vez más la diferencia de los sexos quedaría anulada, desconocida, recubierta”22.
Para las teóricas de la diferencia sexual la neutralización de la diferencia postulada por el feminismo igualitarista no sirve para nada, excepto para favorecer un nuevo tipo de colonización, de sometimiento de los sexos, las razas o las generaciones a un modelo único de identidad humana, de cultura, de civilización. Hacer a la mujer igual al hombre, o al negro igual al blanco, es partir de una actitud paternalista, de sumisión a los modelos definidos por el hombre occidental que no acepta cohabitar con otros. Si se quiere repudiar el sexismo, el racismo etc., es preciso aceptar las diferencias no sólo en términos legales o formales sino también en el reconocimiento más profundo de que únicamente la multiplicidad, la complejidad y la diversidad pueden ayudarnos a enfrentar los retos de nuestro tiempo. Para ello es preciso iniciar una nueva etapa civilizatoria capaz de acabar con la cultura que durantemilenios defendió un sujeto único y egocéntrico e instaurar una cultura que no sea de dominio sino más democrática, más de intercambio vital, cultural, de palabras, de gestos. Se trata de llegar a una nueva fase de la civilización, un período en el que los intercambios de objetos y, en particular, de mujeres no sean la base de la construcción del orden social. Esta nueva etapa comienza con el reconocimiento de que “el universal es dos: es masculino y femenino”23, es decir, “el sujeto no es uno ni único, es dos”24, de que hombres y mujeres son dos sujetos diferentes no sometidos el uno al otro. Esta nueva etapa ha de estar presidida por una nueva cultura, una cultura de lo sexual que respete a los dos géneros y ésta sólo es posible desde la reinvención de nosotras mismas, de nuestra identidad, de una nueva interpretación simbólica de nuestros cuerpos y de la creación de una genealogía femenina.
La reelaboración de la subjetividad femenina pretende ser un paso hacia delante, el de registrar un modo de autorrepresentación, de autoafirmación en el que el hecho de ser mujer tenga una connotación positiva y es decir :“la mujer debe ser algo más que un no-varon y diferente de un no-varón”25 y cuya táctica epistemológica y política es la potenciación de lo femenino, la implementación del devenir mujer y de hablar como mujer, si bien sin prescribir cómo ha de ser ese devenir femenino o su habla. Por lo que se propone una subjetividad femenina nómade, es decir, una identidad que se está configurando en un continuo devenir como una identidad fluida, versátil, sin fronteras, abierta a nuevas posibilidades y con una gran potencial para resignificar el mundo y las cosas.
Esta cultura de la positividad, de la autoafirmación de las diferencias, del reconocimiento del nomadismo feminista, se propone favorecer la multiplicidad, la complejidad, y combatir el esencialismo, el racismo, el sexismo, la violencia de género, desmantelando las estructuras de poder que sustentan las oposiciones dialécticas de los sexos, aunque respetando la diversidad de las mujeres y la multiplicidad dentro de cada mujer.
Para favorecer la difusión de esa nueva cultura se considera fundamental que la educación reconozca la diferencia sexual, lo que supone un cambio radical en la educación tal y como se imparte hoy. Significa que la educación no sólo se concentre en adquirir saberes y capacidades que le sirvan para conquistar el mundo, sino que se interese en articular las relaciones con los otros y otras. Interesa pues, un cambio; que se fomenten los valores de comunicación de forma que las relaciones entre las personas sean prioritarias, en tanto que las relaciones con los bienes y las cosas no sean más que una consecuencia de la anterior. Entonces el objetivo fundamental de la educación no será formar a la juventud para convertirlos en ciudadanos competitivos y eficaces, sino que su finalidad será educarlos para hacer de la vida relacional un hecho cultural importante. De esta forma, la comunidad no estaría formada por individuos atomizados, unidos entre sí por unas leyes externas a sí mismos, sino que en la nueva sociedad los vínculos entre la ciudadanía constituirían el tejido de la comunidad. La base de ese entramado sería la relación entre mujer(es) y hombre(s) en el respeto de sus diferencias a todos los niveles, desde el más íntimo hasta el político y cultural.
Para que esto sea posible es necesario que todos estos valores se incluyan en los programas escolares. Hace falta que la infancia aprenda a respetar la diferencia sexual, pues quien aprende a respetar la diferencia entre mujer(es) y hombre(s) no experimentará ninguna dificultad para respetar otras diferencias porque los instintos de posesión, explotación, rechazo o menosprecio habrán sido educados desde las pulsiones elementales. Es tratar de impartir una educación sexuada para contribuir a la formación de una comunidad más democrática, al estar basada en el reconocimiento de la alteridad. Es pensar que es la única forma de que se dé verdaderamente una paridad de oportunidades entre chicas y chicos.
Por último, se debe tener en cuenta, a la hora de enseñar –aprender, la necesidad de crear un vínculo entre el/la maestro/a y el/la discípulo/a. La tradición occidental disocia al/la profesor/a del/de la alumno/a. El maestro se convierte en un vehículo aséptico de cultura, limitándose a transmitir saberes codificados de autores muertos. Sin embargo enseñar es transmitir una experiencia masculina o femenina, un saber concreto, útil, para una cultura de la vida y el/la propio/a maestro/a constituye la garantía de verdad, de ética y también de estética. Esta práctica de la enseñanza constituye una genealogía natural y cultural.
Todos estos puntos debieran ser incluidos en los programas escolares. Hace falta que la infancia sea instruida en la toma de conciencia de su identidad concreta y, por lo tanto, sexuada, y en respetar y establecer relaciones con la identidad concreta del otro/a. Ésta es la condición de una cultura verdaderamente democrática, de una cultura que permitirá salvar los importantes fallos de las democracias basadas simplemente en el derecho al voto.
Partiendo de una postura postestructuralista se afirma que el sujeto se hace, se construye social, cultural y lingüísticamente como individuo generizado.
La feminidad (masculinidad) no es, en consecuencia, fruto de una elección sino la cita o repetición forzosa de una norma cuya compleja historicidad es inseparable de las relaciones de disciplina, regulación y castigo. No hay “nadie” que escoja una norma de género, muy al contrario la cita de las normas genéricas es necesaria para que tengamos derecho a ser “alguien”26.
A modo de conclusión
A lo largo de estas páginas se ha tratado de reflejar el amplio e intenso debate existente en la actualidad en el seno de la teoría feminista acerca de lo que significa o debe significar ser mujer o la feminidad. Las disputas son una manifestación del importante corpus de conocimiento existente hoy en el feminismo y de que la teoría feminista no ha perdido la capacidad crítica que la ha caracterizado desde sus orígenes. La heterogeneidad de posiciones teóricas o de modelos propuestos para interpretar los mecanismos de subordinación de las mujeres o para superar la discriminación de las mismas, no debe hacernos olvidar que todas las corrientes coinciden en el reconocimiento de que las mujeres por el simple hecho de ser mujeres han sido tradicionalmente discriminadas y que por lo tanto sus oportunidades cuantitativa y cualitativamente son menores.
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19 Irigaray, Luce, Yo, tú, nosotras, Cátedra, Madrid, 1992, p. 10.
20 Braidotti, Rosi, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Gedisa, Barcelona, 2004, p. 16.
21 Irigaray, Luce, Éthique de la Différence Sexuelle, Edition de Minuit, 1984, p.13.
22 Irigaray, Luce, Ese sexo que no es uno, Edfitorial Saltés, Madrid, 1982, p. 155.
23 Irigaray, Luce, La democracia comincia a due, Bollati Boringhieri, Torino, 1994, p. 2.
24 Irigaray, Luce, ibid, p. 16.
25 Restaino, Franco, Cavarero, Adriana, Le filosofie feminista, Torino, Paravia, 1999.
26 Mirizio, A., “Del carnaval al drag: La extraña relación entre masculinidad y travestismo” en Segarra, M., Carabí, A. (eds.) Nuevas masculinidades, Icaria, Barcelona, 2000, pp. 143-144.
Tomado de: http://areasgyr.files.wordpress.com/2011/03/genero-identidad.pdf
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