jueves, 29 de septiembre de 2011

Sócrates y el amor homosexual

Colocando el tema del eros en el centro de su reflexión moral y política, los filósofos de la antigua Grecia, o al menos algunos de ellos, se encontraron ante la inevitable necesidad de reflexionar sobre la coexistencia en los hombres de pulsiones provocadas por individuos del mismo y de distinto sexo. Se impusieron entonces el doble objetivo de establecer las diferencias entre el amor homosexual y el heterosexual y trataron de establecer cuál de ellos era superior, pues tras la práctica en masa de la homosexualidad surgió una especie de malestar, cuyo campo no era el de la moral, sino el de la utilidad social.

Con el discurso de su discípulo Platón, el primer teórico del amor fue Sócrates. Pero puesto que de la composición socrática con respecto al eros estamos informados casi exclusivamente por Platón, es necesario, como preliminar, intentar averiguar cuánto hay de “platónico” en la imagen de Sócrates que Platón presenta, y si esta imagen no ha sido de algún modo falseada por las ideas y las tendencias del discípulo.

Según una opinión tan autorizada como difícil de compartir, Platón habría sido “sexualmente desviado”. A diferencia de los otros griegos (felizmente homosexuales en la juventud y luego asimismo felizmente heterosexuales), Platón habría sido exclusivamente homosexual. Y la percepción de la “asocialidad” de su eros sería una de las causas de su anhelo de un amor espiritual, cuya teorización lo habría puesto a cubierto a la vez de las críticas de conciudadanos y de los tormentos de su conciencia, angustiada por la consciencia de su anormalidad: de donde, según quien sostiene esta teoría, el deseo y el esfuerzo de Platón por presentar un Sócrates casto, desinteresado por el sexo y absolutamente incorruptible frente a los intentos de seducción masculinos. Una sublimación de la imagen del maestro, en suma, y al mismo tiempo una especie de autodefensa frente a la opinión pública, la cual, a través de la figura de Sócrates, Platón habría demostrado que el amor por los muchachos, lejos de ser una culpa, podía convertirse en instrumento de la conquista de la sabiduría.
Sin embargo, y prescindiendo de la dificultad de aceptar una interpretación semejante del eros platónico, es bastante difícil pensar que el rechazo socrático del amor físico sea algo forzado por Platón.

En primer lugar, la aspiración de Sócrates de establecer con los muchachos relaciones exclusivamente espirituales, si bien surge en buena parte de los diálogos platónicos, se deduce también de otras fuentes.

En los Memoriabilia de Jenofonte, por ejemplo, Sócrates habla de la “bestia salvaje que se llama joven en flor, más peligrosa que el escorpión, porque inyecta un veneno que hace enloquecer a la víctima, incluso si ésta no entra en contacto con él”. Ceder a las lisonjas del sexo es peligrosísimo para Sócrates, no sólo según la presentación platónica, sino también según la imagen que de él tenían otros testigos, como Jenofonte, cuya postura respecto a la homosexualidad era muy distinta de la platónica.

Para Sócrates, la continencia era un modelo de vida que se inscribía en la aspiración general del control de sí mismo, que nada tenía que ver con el sexo del objeto del amor.
La continencia sexual, en suma, era uno de tantos aspectos del rigor que Sócrates creía indispensable, en todos los aspectos de la experiencia, para alcanzar la plenitud del ser, consistente en el dominio de la mente (psyche) sobre el cuerpo. Lo que no significa, por otra parte, que no amase a los muchachos. Al contrario, Sócrates declara en el Banquete de Jenofonte no recordar un momento de su vida en el que no haya estado enamorado. En el Menón de Platón confiesa no saber resistirse a la belleza. Y esta belleza, está claro, es la de los muchachos: como demuestra, sin posibilidad de equívoco, otro célebre pasaje platónico.

En el Cármides, mientras todos elogian la belleza del joven, Sócrates admite que, en efecto, Cármides sería irresistible si a la belleza añadiese cualidades morales adecuadas. Y entonces, para probar su carácter, entabla una conversación con el muchacho, quedando literalmente trastornado. Pero no por las cualidades intelectuales de Cármides, sino por sus bellezas ocultas: “Entonces ocurrió […] tambaleándose mi antiguo aplomo; ese aplomo que, en otra ocasión, me habría llevado a hacerle hablar fácilmente. Pero después de que –habiendo dicho Critias que yo entendía de remedios- me miró con ojos que no sé qué querían decir y se lanzaba ya a preguntarme, y todos los que estaban en la palestra nos cerraban en círculo, entonces, noble amigo, intuí lo que había dentro del manto y me sentí arder y estaba como fuera de mí, y pensé que Cidias sabía mucho en cosas del amor, cuando, refiriéndose a un joven hermoso, aconseja a otro que ‘si un cervatillo llega frente a un león, ha de cuidad de no ser hecho pedazos’ Como si fuera yo mismo el que estuvo en las garras de esa fiera…”

¿Y qué decir de su amor por Alcibíades? En el relato platónico, Sócrates resiste al bellísimo impúdico que aspira a convertirse en su eromenos: “Por mi parte, el amor que siento por Alcibíades me ha llevado a una experiencia puntualmente análoga a la de las Bacantes, que cuando están inspiradas pueden hacer brotar leche y miel allí donde otros no sacarían ni siquiera agua de un pozo. Igualmente yo, incluso si no he aprendido nada que pueda transmitir a alguno para hacerlo bueno, he pensado que, en virtud de mi amor, mi compañía habría podido hacerlo mejor”.

“El pasaje –escribe Guthrie- rezuma ironía: la amarga ilusión de Sócrates… es conseguir con su amor convertir a un régimen de la vida más correcto al disoluto Alcibíades”. Sócrates, en suma, no rechaza los amores masculinos. Rechaza los amores puramente carnales: “El que amase el cuerpo de Alcibíades no querría verdaderamente a Alcibíades, sino solamente una cosa que le pertenece”, afirma en Alcibíades. Y en el Banquete de Jenofonte es todavía más drástico: “Tener relaciones con una persona que ama tu cuerpo más que el alma es algo infame”.

¿Qué conclusiones sacamos acerca del criterio de Sócrates sobre el amor? Que en su rechazo de las relaciones físicas, el problema del sexo del objeto del amor no representaba el más mínimo papel. Si se resistía a los muchachos era porque, como era normal para un griego, eran estos y no las mujeres la auténtica tentación. Su respeto teórico por las mujeres no impedía a Sócrates amar a los muchachos y considerar a las mujeres personas con las cuales no era posible mantener un nimio intercambio intelectual: y de las cuales, en consecuencia, difícilmente hubiera podido enamorarse. El sexo que atraía y tentaba a Sócrates, en suma, era el masculino, era a los muchachos a los que debía resistir en nombre de su ideal de vida. Resistir a las mujeres era un problema que no se presentaba: ni a él ni, por distintos motivos, a su discípulo Platón.

(Maria Dubon, Ataraxia)

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