viernes, 5 de agosto de 2011

Masculinidades Subversivas

Al concebir toda identidad de género como una tecnología, Beatriz Preciado establece un continuum entre las prácticas Drag King y las iniciativas de transformación y recodificación corporal de transexuales y transgéneros. En ambos casos hay una resistencia a las estrategias de normalización y construcción de la masculinidad y la feminidad, ya sea a través de la performance (Drag King) o al propio cuerpo (transexuales/ transgéneros) (Preciado, 2002).

<<Las nuevas producciones de masculinidad femenina que desarrollan actualmente las biomujeres suponen un desafio y una subversion al imperativ cultural que existe contra la masculinidad de las mujeres. Prejuicio mantenido de que la masculinidad es un privilegio exclusivo de los hombres>> (Halberstam, 2003).

<<¿Qué es la masculinidad? Si la masculinidad no es la expresión social, cultural ni política de la virilidad, entonces ¿qué es? La masculinidad no debe y no puede ser reducida al cuerpo del hombre y sus efectos. Muchas de estas “masculinidades heroicas” (versiones que nos gustan y en las que creemos de la masculinidad que ratificamos y consolidamos repetitivamente) se basan fundamentalmente en la marginación de las masculinidades alternativas. Lejos de ser una imitación de la virilidad, la masculinidad femenina nos da una pista de como se construye la masculinidad como tal. Las masculinidades femeninas se consideran las sobras despreciables de la masculinidad dominante, con el fin de que las masculinidad de los hombres pueda aparecer como lo verdadero. Pero lo que entendemos por masculinidad heroica ha sido producido por medio de los cuerpo tanto de hombre como de mujeres. La masculinidad está asociada socialmente a valores de poder, legitimidad y privilegio, y se vincula simbólicamente al poder del Estado y a una desigual distribución de la riqueza. Representa el poder de heredar, el control del intercambio de mujeres y la esperanza del privilegio social. La masculinidad se vuelve ininteligible cuando abandona el cuerpo del varón blanco de clase media. Cuando la rebelión se convierte en rebelión de clase o de raza, entonces surge una amenaza diferente>> (Halberstman, 2008)

El rechazo permanente que se da en la sociedad occidental a admitir los cuerpos con géneros ambiguos en las relaciones funcionales sociales se ha mantenido a causa de una actitud proteccionista y conservadora de los hombres en general hacia las masculinidad, además de la incredulidad generalizada de que la masculinidad puede ser performativa, de que al igual que la feminidad, que si se concibe como performativa, la masculinidad también es una mascarada. Este hecho supone un fracaso colectivo a la hora de imaginar y reconocer la masculinidad producida por, para y entre las mujeres.

Las categorías de que disponen las mujeres para la identificación racial, de género y de sexo son simplemente inadecuadas. Esta inadecuación es una consecuencia directa de tiranía del lenguaje, una estructura que mantiene a las personas y a las cosas en su lugar de un modo artificial pero seguro. Eve K. Sedwick en su texto “Epistemología del armario” reivindica nuevas y autoconscientes producciones de diversas taxonomías sobre el género, y denomina humorísticamente <> (Sedwick, 1998) a toda la colección de neologismos que se inventa la gente espontáneamente mediante juegos de palabras para clasificar las diferentes identidades que habitan en una subcultura. De esta manera Lipstick Lesbian, Bull Dyke, Stone Butch o algunas de las formas en castellano como Musculoca, Mariliendre, Osos, Machuda, y un largo listado de etcéteras, proponen el utilización de otras categorías que tengan en cuenta o incorporen el deseo, el físico y la subjetividad como clasificaciones con el fin de intervenir en el proceso hegemónico de nombrar y definir los géneros . La fijeza que dan los nombres atrapa a la gente en muy diversas identidades, raciales y de género y el hecho de nombrar representa el poder de definir y de reinventar la identidad, el lugar, las relaciones e incluso el género. <> (Hale, 1992) El potencial humano para hacer clasificaciones increíblemente precisas se ha demostrado en muchos terrenos. ¿Porqué limitarnos a esta pobreza de clasificaciones cuando se trata de género?

A lo largo de la historia aparecen toda una colección de personajes que demuestran que la aparición de la mujer viril no es, ni mucho menos, un fenómeno reciente. También es muy importante no aplicar la etiqueta de lesbiana a cualquier representación de virilidad en la mujer.

Chicazo, marimacho,… (Tomboy)

Chicazo o Marimacho (Tomboy en inglés) son los nombres empleados popularmente para hablar de un amplio periodo de masculinidad femenina que se da en la niñez. La desviación de género en el caso de las mujeres es mucho más tolerada que en el caso de los varones. El chicazo tiende a asociarse a un deseo ”natural” por esa mayor libertad y movilidad de que disfrutan los hombres, convirtiéndose en signo de independencia y automotivación. La conducta del chicazo comienza a castigarse cuando esta comienza a identificarse fuertemente con los hombres y sobre todo cuando amenaza con prolongarse más allá de la infancia, en la adolescencia. <> (Halbertam, 2008).

<< La sociedad les dice a las chicas de muchas formas que deben aceptar y adoptar la feminidad, dejando los deportes y las conductas activas en general. Las chicas adolescentes, según esta lógica, deben gestionar sus cuerpos con el fin de optimizar su apariencia, atraer a los chicos, evitar la violación y el sexo, y mostrar los niveles de feminidad apropiados. Ser una marimacho, entre las niñas, se tolera hasta que ello amenaza con interferir en el surgimiento de la feminidad adolescente. En ese momento, toda atracción por la libertad y todas las actividades masculinas de la preadolescencia deben cortarse de raíz. Fomentar la feminidad en las chicas cuando son pequeñas tiene el lamentable efecto de sexualizarlas e incluso de inducir un estilo seductor en chicas preadolescentes. La popularidad del chicazo es un indicador de que muchos padres prefieren fomentar ciertos niveles de masculinidad en sus hijas a padecer las consecuencias de lo contrario (Halbertam, 2008)>>

En el mundo del deporte, por ejemplo, la actividad deportiva de las mujeres continúa estando afectada por esta preocupación victoriana sobre el destino de la feminidad. <> (Cahn, 1995). En muchas ocasiones en el mundo del deporte aparecen sutiles transfondos de homofobia, por ejemplo cuando una deportista defiende su feminidad. Cuando una mujer es acusada de masculina debido a su potencial físico y esta insiste en reafirmarse en su feminidad, lo que trata de evitar es la acusación de lesbianismo.

La masculinidad de las mujeres se asume también como una amenaza a la institución de la maternidad: existe el temor en la gente de que si se valorara las masculinidad en las mujeres, entonces nadie querría asumir la responsabilidad que supone la reproducción. Nos anticipamos y asumimos que, en realidad, nadie quiere ser una chica o una mujer.

Géneros anteriores al siglo XX

En “Epistemología del armario” Eve K. Sedwick advierte del peligro de denominar como lesbianas a todos esos géneros de mujeres subversivas con su género o su sexualidad a lo largo de la historia. Tommies, tríbadas, maridos mujer, cicatrices e invertidas serían entonces modelos, taxonomías y clasificaciones que se resisten a ser englobadas bajo la etiqueta totalizadora de lesbiana. (Sedgwick, 1998). Las definiciones médicas de la conducta sexual que aparecieron a comienzos del siglo XX intentaban establecer un orden en lo que a menudo era para los investigadores médicos, una variedad desconcertante de actividades sexuales que se daban en subculturas sexuales. En las subculturas sexuales existían taxonomías y modelos de conducta sexual mucho más elaborados de lo que los investigadores hubieran sido capaces de imaginar. “El hombre invertido y el normal, el homosexual y el heterosexual, no fueron invenciones de la élite, sino que eran categorías discursivas populares antes de que se convirtieran en prácticas discursivas de élite” (Chauncey, 1995).

La historia de la producción de la moderna masculinidad comienza desde comienzos del siglo XIX hasta al menos la década de 1920. Las decisivas negociaciones sobre el género que tuvieron alrededor de esta época, entre el XIX y el XX , produjeron formas particulares de feminidad y de masculinidad, las cuales mostraron claramente que la feminidad no estaba unida a las mujeres y que las masculinidad no estaba tampoco vinculada a los hombres. La forma que tuvo la cultura dominante de contener la amenaza que suponía la mujer masculina para masculinidad hegemónica fue absorber la masculinidad femenina dentro de las estructuras dominantes. Esta explicación entiende que la virilidad se construye, en parte, por medio de un rechazo radical de la masculinidad femenina y, en parte, por medio de una reconstrucción simultánea de la masculinidad de los hombres, que imita esa masculinidad femenina que dice haber rechazado. La moda masculina de las “Garçon” en los años 20 que se dio en París y Londres influirían en la moda de los hombres, y en consecuencia en la construcción de la masculinidad de esa época.

La tríbada
Palabra de origen griego que significa mujer que frota, y se refiere a la fricción placentera de frotar un clítoris sobre el muslo de otra persona, o sobre el hueso púbico, la cadera, la nalga o cualquier otra superficie carnosa. En los siglos XVIII y XIX alguien considerada tríbada era sospechosa de tener un clítoris muy grande y de ser hermafrodita. Se le relacionaba con la masculinidad femenina debido a que simulaba el sexo con penetración relacionándose con formas de sexualidad especialmente perniciosas, quizás por su gran éxito.

Hasta el siglo XVIII el pensamiento sobre el cuerpo estaba dominado por un solo sexo, en el que la mujer era entendida como un hombre invertido; es decir, los genitales masculinos y femeninos se consideraban análogos, pero en las mujeres los genitales estaban dentro (concebían la vagina como un pene plegado en el interior) y en los hombres fuera. A finales del siglo XVIII el modelo de un solo sexo dio paso al modelo de los dos sexos (Laqueur, 1990). En 1559, dos anatomistas italianos Renaldo Columbo y Gabriel Fallopia, descubre en clítoris, dándole nombre y función al órgano. El clítoris se convirtió de inmediato en una fuente de gran preocupación porque representaba otro pene en el cuerpo de la mujer; si la vagina se consideraba un pene invertido, el clítoris tenía que ser un pene externo. Inmediatamente, el clítoris quedaría vinculado al sexo no reproductivo y surgió la preocupación de que hubiera mujeres con clítoris capaces de penetrar. Debido a esta preocupación, el clítoris, su función y su tamaño se relacionaron de inmediato al deseo entre personas del mismo sexo (Traub, 1995). Pero la tríbada no es una lesbiana, sino que el tribadismo es una práctica sexual y no una identidad sexual. <> (Halbertam, 2008).

El marido mujer
Un ejemplo particular de la masculinidad femenina del siglo XIX, para demostrar la importancia de resistirse a aplicar la etiqueta de lesbiana el caso del marido mujer. El término “marido mujer” se utiliza a menudo para describir el travestismo explícito de las mujeres y la imitación del hombre, y para describir a mujeres que se hacían pasar por hombres con el fin de casarse con mujeres que habían sido abandonadas o repudiadas por sus maridos varones. En la muchos casos las esposas de estas mujeres no eran conscientes de que sus maridos eran mujeres y sólo en el momento de su muerte eran conocedoras de la verdad.

La invertida
El discurso sobre la sexualidad se convierte en discurso médico a principios del siglo XIX, y los actos sexuales fueron transformados, por medio de complejas prácticas discursivas, en nociones estables de identidad (Foucault, 2005). Entre 1910 y 1920, las comunidades de invertidas y sus “esposas” se han desarrollado hasta hacerse visibles y elaborar subculturas. A finales del siglo XIX se identificarían, como psicopatías sexuales , cuatro tipos de lesbianas: mujeres que respondían a la atención de mujeres invertidas masculinas pero que no eran masculinas ellas mismas; mujeres que se vestían de hombre, invertidas completamente desarrolladas que parecían masculinas y adoptaban un rol masculino; y homosexuales degenerativas que eran prácticamente hombres (Krafft Ebing, 1998).

En “La inversión sexual en las mujeres”, Havelock Ellis establece taxonomías jerarquizadas: La invertida femenina es una desviada social -más que sexual- que ha sido rechazada por los hombres, lo cual la ha colocado en los brazos de la invertida masculina. La invertida masculina es la invertida congénita, que ha nacido con una masculinidad femenina esencial. Parte de la motivación de estudiar las llamadas anomalías sexuales era sostener la naturalidad de esos deseos y así lograr una cierta tolerancia sexual (Ellis, 1965). Sin embargo, estaba operando un imperativo cultural más amplio que era el deseo de reducir la sexualidad a sistemas binarios de diferencia de género. Freud y la maquinaria del psicoanálisis, establecerían un sistema de desarrollo psíquico que se basaba completamente en un género binario y en una identidad sexual binaria. Sin embargo el sistema psicoanalítico no logra tener una compresión realmente rica de la masculinidad femenina, sobre todo porque la conducta sexual y de género de las mujeres está siempre entendida como algo derivado de la identidad masculina (Halberstam, 2008). La explicación de Freud de que la mujer homosexual funciona según un complejo materno no ha logrado tener influencia en la comprensión general del lesbianismo, y su noción de “envidia de pene”, es en realidad, otra forma de decir “inversión femenina”.

Ellis mantiene que el lesbianismo es muy frecuente en los entornos sociales de mujeres, como los conventos y escuelas. Su comprensión de la homosexualidad femenina se basa en la creencia de que es la aspiración social lo que alimenta el deseo de las invertidas a ser masculinas y presupone que, en un mundo dominado por hombres, todo el mundo, al menos simbólicamente, quiere ser un hombre. La inversión como teoría de la homosexualidad incluyó la variación de género y la preferencia sexual en un solo paquete más económico, e intentó explicar toda desviación sexual sobre la creencia firme en un sistema binario de estratificación social , donde la estabilidad de los términos “hombre” y “mujer” depende de la estabilidad del binarismo homosexualidad- heterosexualidad (Ellis, 1965). Invertida no es sinónimo de “lesbiana”, sino que el concepto de inversión produjo y describió una categoría de mujer biológica que se sentía incómoda con su anatomía. Este hecho tendría como consecuencia que la historia de la homosexualidad y de la transexualidad fuesen historias compartidas a comienzos del siglo XX, y solo se separaría en la década de 1940, cuando los tratamientos quirúrgicos y hormonales estuvieron disponibles para algunos sujetos que se identificaban con el sexo opuesto.

En su historia de la sexología en el siglo XX, George Chauncey explica como el interés médico en la inversión femenina a comienzos del siglo XX se produce en una época en la que la supremacía del varón masculino ha sido desafiada políticamente por el surgimiento del movimiento de derechos de las mujeres, en el ámbito doméstico por una gran población de mujeres no casadas y en el lugar de trabajo por los cambios en las nociones de género asociadas al trabajo. El crecimiento repentino de la literatura médica sobre la inversión sexual formaba parte de la reacción ideológica general que tuvo la comunidad médica contra el cuestionamiento que estaban haciendo las mujeres al sistema de sexo/género durante ese periodo (Chauncey, 1995).

Una categoría o una identidad sexual tarda muchos años en generarse, y depende de factores culturales muy variados. Europa estaba muy afectada por la Primera Guerra Mundial y, como en otros periodos de crisis nacional, esta guerra permitió a muchas mujeres experimentar sus fantasías de ser hombres dentro de las rígidas estructuras de la vida militar. En la década de 1920 muchas mujeres estaban viviendo sus vidas si no como hombres, al menos como seres completamente masculinos. Muchas mujeres cambiaron de sexo en la medida en que pasaban por hombres, tenían esposas como si fueran hombres y, vivían su vida como hombres. No sería adecuado calificarlas como pretransexuales, ya que eran mujeres que querían ser hombres antes de que existiera la posibilidad del cambio de sexo. <> (Halberstam, 2008). El travestismo y la presentación pública abiertamente masculina fueron algunas de las maneras de satisfacer sus deseos, pero es muy difícil saber cuáles de ellas hubieran deseado cambiar de sexo si hubiese existido la opción, de la misma manera que hoy en día tampoco sabemos cuales de las mujeres masculinas se identificarán con el lesbianismo o la transexualidad.

La invertida y su construcción masculina a través de la ropa masculina tienen como resultado una elaborada construcción de género, de sexualidad y del yo que se produce por medio de un vestirse que no es exactamente vestirse del sexo contrario. Se trata de una identidad que se constituye a sí misma por medio del vestir, no simplemente de forma fetichista, sino de una manera que logra comparar la desnudez con el binarismo sexual, y los códigos de género y el yo vestido como la construcción del género mismo. La historia de la moda moderna estudia la evolución del género a través de la indumentaria, y acostumbra a pasar por alto la historia de las mujeres travestis. La ropa después de todo, es una forma de autoexpresión.

Antes de mediados de la década de 1920, la única manera de que una mujer de clase media tuviera alguna oportunidad de vestir ropas que no fueran femeninas, dejando aparte los pantalones, era vestir un uniforme. Un gran número de mujeres inglesas se inscribieron en la WPS y la WVPF, una organización que exigía a sus miembros que vistieran uniformes de estilo militar, y que daba al vigilante mundo heterosexual una justificación de por qué una mujer vestía ropa de hombre. Resulta muy interesante la relación entre la mujer masculina y el atractivo por el fascismo de los uniformes y su exhibición ostentosa, ya que las fuerzas policiales y el ejército son instituciones conservadoras que preservan la ley y el orden. No siembre significaba una orientación política conservadora, ya que las mujeres masculinas de aquella época deseaban, en su mayoría, la igualdad social y política. Eligieron uniformes y entornos homosociales, eligieron ocupaciones donde pudieran conducir coches, camiones y motos, con los que mostrar su identificación con el otro sexo (Hamer, 1996). Todas ellas fueron pioneras de una masculinidad que cambiaría el sentido de la identidad moderna del género y la sexualidad.

La butch

En 1945, justo acabada la Segunda Guerra Mundial, los soldados que vuelven del frente se encuentran con que mujeres, mayores, recién casadas blancas, negras, todas habían aprendido a trabajar en la fábrica durante la guerra. Esto supondría un giro irreversible en la evolución de los cuerpos generizados. La guerra también daría lugar al nacimiento de las primeras comunidades homosexuales en EEUU.

La guerra tuvo como consecuencia la pérdida de miembros corporales masiva de los soldados, y a su vuelta las fábricas de guerra se transformaron en industrias de fabricación de prótesis que reparasen los cuerpos mutilados. << La transición de la guerra a la paz implicaba la transformación y el reciclaje de las armas en nuevos objetos para la naciente y confortable sociedad de consumo. La plasticidad y el bajo precio de los materiales se convierten en los imperativos del nuevo mercado>> (Preciado, 2002). Por ejemplo, el plástico utilizado como inmovilizador de miembros heridos en combate se convertirán en las nuevas sillas de los colegios americanos es fabricarán sillas de color que amueblarán colegios y las latas de conserva, inventadas como aprovisionamiento para la guerra, se convertirán en aliadas indispensables del ama de casa. Las tecnologías de guerra se convierten en tecnologías de la representación, como sucede con la fabricación de la pareja americana heterosexual.

<> (Preciado, 2002).

Producción en masa de objetos de consumo

=

nueva cultura del cuerpo de plástico

=

nuevas performances de género.

<> (Preciado, 2002)

En un primer momento, la butch no fue sino una inversión de género puesta al servicio de la femme ( el “novio perfecto”, el “príncipe azul” que todas las chicas sueñan). <> (Preciado, 2002). La butch es también el resultado de un cortocircuito entre la imitación de la masculinidad y la producción de una feminidad alternativa. Su identidad surge precisamente de la desviación de un proceso de repetición. Con su pelo rapado y su cigarrillo en la mano, la butch se reclama heredera de una masculinidad ficticia, que ni has sido ni puede ser encarnada por hombres ya que estos no creen la masculinidad como mascarada. La especificidad de la butch es su deseo productivo. Mientras todo parecía indicar que un marimacho era una simple imitación de la masculinidad, la butch toma la iniciativa y produce cuerpos.

Transgénero

Guerras de la fronteras y el continuum masculino

<> (Rubin, 1989).

La aparición pública del transexual FTM ha tenido como consecuencia diferencias y continuidades entre transexualidad, transgénero y masculinidades lesbianas. Mientras que los transexuales masculinos se asocian con un deseo real y desesperado por un nuevo cuerpo, las butches se asocian con un deseo más juguetón con la masculinidad y con una forma de desviación de género más despreocupada. Aunque la homosexualidad fue eliminada del manual DSM III en 1973 (DSM: Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, es un manual médico sobre la enfermedad mental publicado por la American Psychiatric Association, y es la referencia más conocida a escala internacioal entre profesionales de la salud mental), la transexualidad fue incorporada en 1983, y permanece bajo el firme control de las tecnologías médicas y psicológicas. Los confusos solapamientos que se dan entre ciertas formas de transexualidad y ciertas formas de lesbianismo han producido no sólo confusiones en las definiciones de los expertos médicos, sino también una extraña lucha entre FTM y lesbianas butches, que se acusan mutuamente de normatividad de género: algunas lesbianas parecen ver a los FTM como traidores a un movimiento de “mujeres” que han dejado atrás y que ahora es su enemigo. Algunos FTM ven al feminismo lesbiano como un discurso que ha demonizado a los FTM y su masculinidad. Algunas butches creen que los FTM son butches que creen en la anatomía y algunos FTM consideran a las butches como FTM con demasiado miedo a hacer la “transición”. El término queer no ha conseguido acabar con esta división por su tendencia a falsear las diferencias específicas de estos grupos: las personas transexuales parecer sospechar que existe una hegemonía de gays y lesbianas bajo la etiqueta queer, y a su vez, los gays y las lesbianas temen que ciertas formas de transexualidad supongan una restauración homofóbica de la normatividad de género. Pero existe, probablemente, otro grupo en este contexto que mantiene la utilidad de una definición queer, sin privilegiar ninguna de las partes de la división gays/lesbianas contra transexuales. Este grupo puede ser identificado como transgénero o género queer. La posición del transgénero ha sido criticada en muchos campos teóricos como algo despreocupado por lo real, como un jugador incapaz de comprender las luchas a vida o muerte sobre las definiciones de género.

Transgénero expresa una identidad de género que está definida, al menos en parte, por la transitividad, pero que puede obviar la cirugía transexual. Últimamente, el término se ha convertido en un cajón de sastre, lo que ha reducido su utilidad. El discurso transgénero no pretende afirmar que las personas simplemente deberían coger nuevos géneros y eliminar los antiguos, sino que reconozcamos géneros no-hombre y no-mujer que ya está circulando y ya se hallan en construcción en la actualidad (Halbertam, 2008). <<¿Por qué, en este momento de transitividad de género, cuando muchos queer y feministas están de acuerdo en que el género es una construcción social, es la transexualidad un fenómeno tan extendido? ¿Por qué no estamos en lo que se ha denominado la era “postransexual”? (Stone, 1991)>>. Muchos sujetos sienten que habitan un cuerpo equivocado: travestis, transexuales, drag queens y drag kings, quienes se visten con ropa del género contrario, bolleras hipermasculinas, butches, andróginas, etc. por lo que la tarea a realizar no es decidir cuál representa el lugar de mayor resistencia, o cual es el cuerpo más victimizado, sino comenzar el trabajo de sus rasgos distintivos.

<> (Jones, 1995) De esta manera cuestiona la idea misma de que la experiencia transexual pueda ser representada de una forma universal y totalizadora.

La concepción tan limitada de la masculinidad lesbiana tiene su origen en la historia del feminismo lesbiano. La identificación con el hombre era una acusación contra muchas butches en las etapas iniciales del feminismo lesbiano, y es muy sorprendente encontrar restos de esas acusaciones en los comentarios que hacen las lesbianas a los FTM en los debates actuales. “El verdadero problema de esta noción de masculinidades lesbianas y transgénero residen en que sugiere un continuum masculino” (Halberstam, 2008).

Andrógina – Butch suave – Butch – Stone Butch – Butch Transgénero – FTM

No masculino———————————————————————–Masculino

La disforia de género puede encontrarse a lo largo de todo el continuum, y no es adecuado hacer de la disforia de género algo exclusivo de los cuerpos transexuales, o asumir que cuanto mayor es la disfora de género más probable es la identificación transexual.

F2M

En los debates académicos, la transexualidad ha sido utilizada tanto como el lugar de transgresión de género como el indicador del conservadurismo de género, como una simple reconsolidación de la masculinidad dominante.

<> (Hausman, 1995). De hecho uno de los primeros síntomas primarios registrados del transexual es la propia demanda de cambio de sexo. La categoría de “transexual” es dependiente de las tecnologías medicas, y el concepto mismo de género depende de la emergencia de la transexualidad. No podemos entender el género como una ideología sin considerarlo también como el producto de relaciones tecnológicas . Muchos debates contemporáneos sobre la cirugía plástica y la manipulación corporal, y muchas teorías de la subjetividad posmoderna entienden la fragmentación del cuerpo en términos de una transexualidad paradigmática.

En Las guerras de las fronteras (Halberstam, 1994) entre butches y hombres transexuales, las transexuales son considerados como los que cruzan las fronteras de sexo de género y de coherencia corporal y las butches aparecen como las que se quedan en un mismo sitio, quizás en un espacio límite de no identidad. La teoría queer celebra este espacio intermedio como algo lleno de libertad y de movilidad para el sujeto”, mientras que la teoría transexual desea el lugar, la ubicación y la especificidad (Prosser, 1995). Es decir, El transgénero representa fluidez respecto a la estabilidad del hombre transexual, y estabilidad (quedándose en el cuerpo de mujer) respecto a la fluidez del hombre transexual (que cambia de género). Normalmente apenas se presta atención a los conflictos y problemas a los que debe enfrentarse el transgénero que, por las razones que sean (miedo a la cirugía o a las hormonas, escrúpulos feministas, deseos de permanecer en una comunidad lesbiana, falta de dinero, carencia de modelos de faloplastia satisfactorios, etc.) decide quedarse con el cuerpo con el que nació. No hay que olvidar que muchos FTM también viven y mueren en estos territorios intermedios. De repente, el transexual se ha sido convertido en la figura central del género raro, el cuerpo que sufre, el único cuerpo que cree en el género y el antídoto contra la movilidad queer. Pero el transgénero en particular ha sido durante mucho tiempo un héroe trágico, literalmente, martirizado por el sentimiento de estar fuera de lugar. <<¿quién puede permitirse una transición, si transición significa pasar de mujer a hombre, un viaje de ida y vuelta por la frontera, unas vacaciones en el sol, un viaje a la luna, un pasaje a un nuevo cuerpo, un viaje sólo de ida para ser un hombre blanco? Y ¿quién puede permitirse quedarse en casa, quién puede permitirse construir una casa, construir una nueva casa, mudarse de casa, no tener casa, dejar la casa? ¿Quién puede permitirse las metáforas?>> (Halberstam, 2008)

FTM, transgéneros y butches deben reflexionar sobre los tipos de hombres o de seres masculinos en que se convertirán, porque las masculinidades fracasarán en la odisea de cambiar las jerarquías de género existentes, si fracasan en ser feministas, antirracistas y queer.



No hay comentarios:

Publicar un comentario


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...